Rodrigo, vecino de Las Rozas, lleva muchos años dedicado a la intervención social y educativa con menores en riesgo. Ha trabajado en un Centro de Internamiento de medidas judiciales, ha sido técnico de libertad vigilada del Juzgado de Menores de Madrid y desde hace tres años atiende a familias con menores que comienzan a desarrollar rasgos o conductas agresivas o violentas. Su especialidad: el maltrato familiar ascendente, esto es, chicos que agreden a sus padres o han cometido un delito dentro de casa.
“Las familias que están inmersas en estas dinámicas mantienen unos niveles de sufrimiento a veces insoportable, un nivel de tensión, ansiedad, miedo y tristeza la verdad que bastante dramático. Pero también los chicos. Es decir, el adolescente que acaba agrediendo a los padres en el fondo está sufriendo muchísimo, lo que ocurre es que nos centramos en la conducta, violenta, agresiva, desafiante. Pero lo que se esconde es un menor que está lanzando un grito de ayuda por una necesidad no cubierta, no sabemos cuál es, ni él mismo lo sabe, y algunos de ellos acaban liberando esa tensión en forma de violencia”, explica.
Es, además, una casuística que no entiende ni de nivel social ni de género. “Da igual el estatus social, el nivel cultural o económico, puedes estar atendiendo a una familia muy marginal y después a una persona de la tele, esto me ha pasado en el Juzgado. Atiende a otra cosa, a unas dinámicas familiares que al final desembocan en una catástrofe”, resume. Es un porcentaje mínimo de la población, importante “por la gravedad de lo que supone”, pero no todo está perdido. “Cuando somos capaces de ayudarles, lo bonito es la reconciliación y ver cómo esos niveles de violencia bajan”.
De eso habla su libro, en segundo que publica sobre adolescentes y conflictos, y por eso quiere que también sea un homenaje a los chavales que hay detrás y a sus familias, casos reales que ha atendido Alejandro Rodrigo a lo largo de su carrera y que hablan de incomprensión entre padres e hijos, de adopciones, de adolescentes difíciles, de adicciones, de malos tratos… los cuenta de una forma novelada para después analizarlos como profesional.
Por ejemplo, el primer capítulo se titula ‘Raquel’, y aunque es verdad que hubo una joven como ella, la protagonista “es la mezcla de varias chicas, para proteger la identidad e la propia protagonista y a su familia. Lo importante es que todas las emociones que hay ahí, y todos los hechos separados y puntuales son verdad. Pero verdaderamente lo que pasó es más difícil de lo que sale en el libro, lo que pasa es que es difícil de creer”, explica.
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