“El wolframio en España tuvo mucha importancia”, asegura a MasVive Guillermo Gortázar, químico de la localidad que se dedica a la divulgación científica y ha investigado y escrito sobre la minería del wolframio en Hoyo de Manzanares.
El wolframio (o tungsteno), explica, es un elemento químico que pertenece al grupo de los metales de transición. Se puede encontrar como un sólido de un color plateado blanquecino, ligeramente blando y principalmente en forma de tres minerales, la wolframita, la scheelita y la stolzita. Es el elemento con el mayor punto de fusión de todos los metales, resistente a los agentes atmosféricos… su principal aplicación es en el filamento de las bombillas incandescentes, pero además tuvo importantes aplicaciones bélicas: combinado en un porcentaje muy pequeño con el hierro, producía un acero especialmente duro ideal para blindar tanques, aviones, proyectiles o barcos.
“En dos épocas, que coincidieron con la Primera y Segunda Guerra Mundial, se convirtió en un recurso estratégico. Europa deja de poder comprarlo en Latinoamérica, y resulta que España tenía, aunque poco. Y se convierte en uno de los principales motores económicos del Gobierno de la época”, explica Gortázar. Sus precios se dispararon y hubo gente que se hizo muy rica de la noche a la mañana trabajando en su extracción.
En el caso de Hoyo de Manzanares, “existieron ocho minas que de manera total o parcial se dedicaron a explotar el wolframio, lo que nos puede indicar que, efectivamente, debió haber bastante. Resulta curioso, pero cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, algunas de ellas continuaron activas” y de hecho, la que mejor se conserva hoy es bastante posterior a la guerra. “Debió de ser un motor importante para el pueblo”.
La minería de estos minerales en Hoyo de Manzanares se hizo “en explotaciones a pequeña escala, superficiales”, en las que el wolframio se encontraba principalmente en forma de wolframita. “Se hacía la explotación de filones superficiales, en trincheras”. Uno de los vecinos que llegó a trabajar en las minas ha explicado a los investigadores que el trabajo se realizaba “a sangre, a mano, todo lo que pudieron ahorrarse en maquinaria se lo ahorraron”.
Muchas de estas explotaciones se acabaron abandonando porque los filones se agotaron. Las últimas aguantaron hasta los años 60, gracias a que también explotaban estaño. “La que es bonita de ver es la del Cancho de las Cruces, en la que se pueden ver las entradas a las galerías, restos de viviendas, zonas donde se trituraba el material, los establos para los animales”, recomienda Guillermo Gortázar, “el resto debieron ser muy pequeñitas y no queda mucho”.