Hay ciertas cosas que enfadan mucho. El nivel de egoísmo que exhiben ciertas personas, por ejemplo, enfada bastante, y eso es lo que hemos sentido al analizar lo que cuesta al año en Torrelodones reparar y limpiar lo que destrozan los vándalos.
No en todos los casos hablamos de jóvenes o menores, nos engañaríamos si pensáramos que no hay adultos que se dedican también a ensuciar o destrozar lo que es de todos. Pero entre los de la rebeldía juvenil, los de la pereza mental y los del ‘que se fastidie el ayuntamiento’, lo llevamos claro. Muchos no parecen ser conscientes de que lo que paga la factura de sus actos sale de sus propios bolsillos, como sale del de todos, vándalos o no. Vamos, que el dinero con el que se paga al que limpia, las vallas, los árboles rotos o la pintura no cae del éter. La otra posibilidad es que sí, que sean conscientes de ello y, aún así, les importe un pimiento -note el lector aquí el considerable esfuerzo por moderar el lenguaje-.
No vamos a regañar desde aquí a nadie, que ya somos todos mayorcitos, pero sí recordar que es el ejemplo el que modela a las futuras generaciones y eso es una enorme responsabilidad. Hay esperanza, en cualquier caso. Ver como los más pequeños analizan lo que les rodea y encuentran soluciones creativas para las necesidades de su municipio nos llena de esperanza. Y de eso necesitamos mucho ahora que terminamos otro año, con ese inevitable sentimiento de finalidad. Sinceramente, no creemos que se vaya a echar de menos el 2016, pero este año desastroso es el acicate perfecto para emprender el 2017 llenos de ilusión y con la esperanza de que todo es susceptible de mejorar.