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Reportaje

Reaccionando a la realidad

viernes 22 de julio de 2016, 10:46h
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Acomodados en la virtualidad de los medios de comunicación, podemos comer mientras nos muestran el hambre en otros países y conectar y desconectar la guerra al toque del mando a distancia. Pero la indiferencia no hace más que apartarnos de nuestra esencia humana. Mika, Marina y Cristina son tres de los miles de voluntarios que no pudieron aguantar en el sillón frente a las noticias y decidieron hacer algo por la última gran crisis humanitaria a la que Europa ha decidido cerrar sus puertas. Cada una ha estado en campos de refugiados diferentes en Grecia, aunque a las tres las hemos conocido en Torrelodones y les hemos pedido que nos cuenten su experiencia.

Mika, Marina y Cristina coincidieron en una coordenada común, una iniciativa cívica independiente que se organizó en Torrelodones el pasado 19 de junio con motivo del Día Mundial del Refugiado y que, bajo el lema de ‘Acción por los desplazados’, invitó a los asistentes a realizar un recorrido simbólico desde ‘perderlo todo’ a terminar en la incertidumbre de un campo de refugiados, un viaje a la empatía y los sentimientos de los que tienen que huir para salvar su vida.

En este sentido, Torrelodones puede presumir de ser una de las primeras localidades españolas que se puso manos a la obra para colaborar y acoger refugiados. El municipio firmó en noviembre un convenio con Cruz Roja para ceder en precario las tres casas de los maestros en la calle Real para la acogida de refugiados, y abrió un crowfunding para que los vecinos pudieran colaborar con la compra de muebles y enseres. Esas viviendas están ocupadas, desde hace dos meses, por un grupo de 16 refugiados procedentes de diferentes países, tres de ellos menores.

Además, recientemente, el municipio aprobó adherirse a la Red de Municipios de Acogida a Refugiados creada por la FEMP para liderar la recepción de refugiados y crear un protocolo de actuación común para su acogida e integración.

Noemí Peral, Mika

“No me puedo quedar aquí sentada”

Noemí Peral―Mika―tiene 27 años, estudió Comunicación Audiovisual y lo que más le gusta es la organización de eventos y el marketing. Hace tres años viajó al Congo con un encargo de su antigua Universidad: un documental recorriendo todos los poblados más recónditos. Le gusta este tipo de proyectos sociales, “tras un primer bloqueo viene la plenitud de una experiencia positiva”. Tenía en mente volver porque “quería implicarme en hacer cosas necesarias y no solo grabar” pero el año pasado comenzó su angustia viendo el éxodo sirio en los telediarios. Éste es su relato.

Cuando quieres ayudar a veces no encuentras la manera. Para tranquilidad de mis padres me dirijo a las grandes ONGs pero no te dejan sumarte. Mi hermana me habla de una amiga que se ha ido por su cuenta y las dos nos embarcamos en Mayo hacia IDOMENI, un punto caliente, ya que al cerrar su frontera con Macedonia se produjo un `efecto tapón´ concentrando hasta 15.000 personas. Llegamos a una microciudad autogestionada por voluntarios independientes, dividida en 6 zonas por etnias y nacionalidades. Había hasta un centro cultural donde impartían clases y hacían cine para niños. Era fácil sumarte a los numerosos proyectos que había con una presencia mayoritaria de españoles. Colaboramos con los bomberos catalanes EREC que se encargaban de repartir 400 bolsas de vegetales frescos al día. Se autofinanciaban con recolectas previas y también a partir de objetivos publicados en Facebook para recaudar fondos. Estaban muy bien organizados con un sistema de fichas. Inicialmente se centraron en mujeres embarazadas y niños. Sin embargo, debido a las quejas del resto de refugiados y por consenso se amplió al 100% de la población, tras realizar un censo con la ayuda de representantes y traductores de cada zona. En estos campos hay que afrontar de todo, conflictos y destrozos, droga y prostitución, bebés que nacen a diario, protestas y hasta huelgas de hambre.

Te invitan a tomar el té y cuentan su historia. Las mujeres hablan de sus hijos muertos. Los más olvidados porque son los más fuertes para sobrevivir serán los jóvenes desertores del Ejército, los primeros a los que sacaban sus familias de Siria. Están solos y no pueden volver. Su mirada es de miedo. Algunos no aguantan vivir allí y escapan a su suerte, otros se retienen por la presión del registro y solicitud de asilo. Las grandes ONGs estuvieron convenciendo a la gente de que se trasladen voluntariamente a otros lugares con promesas falsas. La gente está desorientada y no sabe qué le espera. El acceso al campamento comienza a ser cada vez más difícil y cortan los suministros. Me piden que les tome fotos, no quieren que se les olvide. El desalojo se produce de forma contundente, con gran presencia policial les obligan a subir a autobuses que siguen luciendo el lema “crazy holidays” para mayor indignidad. Aunque desde allí hubo compañeros que retransmitieron el desalojo, pude comprobar que apenas tuvo repercusión en España. Lo que más me preocupa es no dar respuestas a todas las dudas que surgen y me parece una vergüenza que se mienta tanto.

“Necesito volver allí”

`Mika en acción´ es el nombre del Facebook donde trata de difundir sus experiencias, fotos y la información que recibe desde allí. Se comunica a diario con aquellos con los que hizo más vínculo, “con el traductor de árabe de google” y le parte el alma escucharles decir “¿por qué no nos quieren?”. Está buscando urgentemente un abogado experto en extranjería porque “están sufriendo procesos muy irregulares”. Las grandes organizaciones humanitarias la responden con un “es todo muy complicado o no tenemos idea”. Se siente inutilizada cuando está deseando hacer cosas. Por ésto, se plantea objetivos muy prácticos —recolectas para chanclas o pequeñas piscinas hinchables—echarles una mano y darles un abrazo. Ya está planeando su vuelta en Agosto, su segunda visita.

Marina Ruiz

Marina Ruiz tiene 23 años y ha terminado la carrera de Relaciones Internacionales. Con su amiga y compañera de estudios Isabel Leung -estudiaron juntas en el instituto Diego Velázquez- decidieron marchar en Abril a Ritsona, en el centro de Grecia, tras conocer la firma del Tratado de la Vergüenza el 20 de marzo por el que la UE expulsa a Turquía a los refugiados que lleguen a Grecia. Este es el relato de su experiencia.

“Era hora de ver la realidad de los mecanismos de las relaciones internacionales que habíamos estudiado. Dejar el activismo de Facebook pulsando 'Likes' y estar allí. Alguna gente aquí nos decía “cuidado que allí están los terroristas”, pero no quieren ver que los musulmanes también la sufren y solo salimos a protestar por nuestras banderas europeas. Comienzan las contradiciones, la primera advertencia es que no hablemos ni de política ni de religión. Estábamos en una antigua base militar en medio de la nada a cargo de un coronel griego. Entre siete voluntarios alquilamos un coche para trasladarnos desde la ciudad. Allí vimos una manifestación del grupo neonazi `amanecer dorado´y agradecimos que el campo estuviera lejos.

Lo primero que hicimos fue repartir zapatos de un contenedor que venía de España—nosotras estuvimos recogiendo zapatos puerta por puerta en Torrelodones y lo llevamos a Matadero donde se preparaban los envíos—. Con el dinero que llevábamos compramos miles de botellas de agua porque a veces no había y también camas para las embarazadas. Allí estaban soportando hasta 50 grados sin ventilación y sin sombras. La gente llevaba cuatro meses hacinada en tiendas. Donde comen, duermen y sin sanitarios, el olor alrededor era terrible. Encontramos allí a gente que era de clase media-alta: empresarios, arquitectos, ingenieros que perdieron todo bajo las bombas. Tras un dramático viaje, la espalda de Europa. Necesitan hacer algo en esa desolación o se vuelven locos. Se necesitan más cosas que agua y comida.

Si no fuera por la ciudadanía nos comería esta gran mentira. Hay gente que utiliza parte de sus vacaciones para ayudar, otros piden excedencias, los que están en paro para hacer algo o los que se piensan en qué hacer en la vida. Vienen con ideas propias o se suman a las tareas más urgentes. Los griegos que hemos conocido son increíblemente amables y generosos con lo poco que tienen. Una mujer había cocinado huevos duros para todos, los trabajadores de una operadora telefónica hicieron una colecta para regalar tarjetas para móviles. Incluso el dueño de una feria infantil ofreció una tarde gratis a los niños. Caroline es una norteamericana que se ha mudado allí para abrir un restaurante y emplear a refugiados, y ya lo está haciendo. Estamos buscando viviendas, el gran dilema moral es a quien ayudar antes. Mis donaciones y campañas de recaudación irán ahora a ideas y proyectos eficaces y no desperdiciados en burocracias o campañas publicitarias. Hemos vuelto en mayo porque queremos demostrarles que no somos como los políticos. Nos preocupa la mala alimentación, la depresión, el miedo y la incertidumbre. No quieren caridad, solo la mínima oportunidad para trabajar dignamente. Me he traído la fuerza porque desde aquí hay que frenar las políticas. Nuestros privilegios son gracias a las guerras que producimos. Alimentamos el terrorismo porque les vendemos las armas. Mentiras que sospechaba, me las han confirmado. Cada decisión que tomemos cotidianamente puede frenar muchas cosas. El movimiento y la indignación es más importante que dar dinero”.

Marina tiene un blog, 'Naufragando en tierra', con la bitácora de estos viajes, con noticias y firma de peticiones. Considera que falta mucha información, falta saber qué va a pasar mañana. Y se trae un mensaje muy claro: “no quieren que su situación se estanque, no quieren quedarse allí”.

Cristina del Campo

Cristina del Campo tiene 41 años. Dio un cambio radical a su vida dejando atrás el mundo de la publicidad y la producción. Ahora se dedica a la fotografía. Dice que `ayudar´ le viene de toda la vida. De jovencita estuvo en un puesto de carretera de la Cruz Roja y también se fue como voluntaria a África. Una amiga le habló de 'Olvidados', una pequeña ONG que hace 15 años fundó una azafata para ayudar a la gente del Pozo del Tio Raimundo en Vallecas. Fue la primera organización que llegó a Katsikas, -lo nombran como “el peor campo de refugiados de Grecia”, al Norte cerca de la frontera con Albania- y Cristina viajó dos veces para sumarse a su labor. En septiembre se quiere ir sin fecha de vuelta. Este es el resumen de la conversación con Cristina.

“Reconozco que mis fotos no reflejan el dolor y el sufrimiento, tal vez es mi fe en el género humano. Quiero ir a Grecia porque me duele el sofá y disfruto más echando una mano. Para mí no es ningún sacrificio porque no tengo a nadie a mi cargo. Hasta allí llegan jóvenes con 18 años y hay paridad entre hombres y mujeres. Es verdad que hay que tener cuidado con lo que afectan las cosas duras porque hay cosas muy feas. Se tiene mucho cuidado en el trato igualitario, cuando no hay para todos—por ejemplo, zapatos—no se sacan hasta que se consigan los que faltan. He colaborado en el baby hamman para bañar a los bebes en piletas de metal para evitar los hongos, entre otras miles de cosas que hay que hacer siempre. Estoy pensando en proyectos para el reciclaje de la basura y para evitar el suelo de piedras porque los niños no pueden empezar a caminar. Estoy indignada porque no deberían estar allí, por los niños que a nadie le importa que no estén recibiendo educación. Allí hay menos derechos que cualquier preso europeo, las condiciones son insufribles viviendo a la intemperie. Por la noche, este lugar se convierte en un campo de batalla, hay asesinatos, robos para beber. Es la desesperación. Lo más llamativo es que aquí la gente no se entera de lo que hay allí. Yo hablo todos los días con ellos. Lo mejor es su acogida, compartir su cultura, lo peor es cuando te vas. Yo estoy con que pronto se va a terminar la guerra en Siria”.

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