Muchos años de historia tiene lo que un día se conoció como la Fuente del Caño de Las Rozas. Lo que a priori puede parecer una anécdota para quienes no hayan escuchado la historia de lo que fue el pueblo, era en realidad algo de suma importancia para la localidad, pues era el espacio que durante muchos siglos abasteció de agua a los vecinos. Del lugar, en pleno centro urbano, hoy solo queda un gran pilón y un cartel que lo recuerda, dentro de un pequeño parque situado frente al edificio de Escuela Municipal de Música y Danza de Las Rozas.
Roceñas como María Isabel Bravo recuerdan cómo en los años 40 y 50, las mujeres iban a lavar la ropa y la tendían en los juncos, o cómo cogían el agua en botijos para llevarla a las casas. “Recuerdo cómo íbamos a coger agua con los botijos, sobre todo en verano. El agua, como era de manantial, salía muy fresquita. Llegó incluso a haber un dicho en el que se aseguraba que quien bebía agua del caño no se marchaba de Las Rozas”, señala.
Relata que el pilón, de poca profundidad, era también un espacio de juego, sobre todo en época de buen tiempo, pues los niños aprovechaban para hacer barquitos y que incluso se caían al agua. “También había muchos renacuajos que cogíamos con botes. El agua del caño siempre salía limpia, en un chorro que estaba corriendo día y noche. Eran tiempos muy buenos. Era un punto de encuentro, sobre todo de las mujeres que iban a lavar, mientras los niños jugábamos y lo pasábamos muy bien. Pasábamos allí prácticamente todo el día, hasta que se secaba la ropa”, añade.
El agua de manantial comenzó a contaminarse a finales de los años 60 y principios de los 70, al parecer, cuando comenzó la edificación de viviendas y urbanizaciones en las inmediaciones. Desde entonces, el Caño quedó abandonado y “comenzó su deterioro y degradación” hasta que en 2002 se ornamentó y se creó el parque para recordar lo que fue “un lugar importante” para “muchas generaciones de roceños”. Así lo explica Javier M. Calvo, licenciado en Historia y Máster en Historia Contemporánea, que indica que el agua que llegaba a la fuente procedía de la zona conocida como Cerro de la Curia, y que como el punto estaba alejado, para sacar el mayor provecho al manantial, se crearon varios viajes del agua que la conducían desde los acuíferos hasta el manantial. Tan antiguo es el lugar, que aparece citado en las relaciones “Histórico-geográfico-estadísticas” de Felipe II, en el siglo XVI.
“Según fue creciendo la población de Las Rozas, el agua siguió suministrando agua buena, pero llegó a ser insuficiente para tantos vecinos, por lo que se fueron construyendo a lo largo de los siglos pozos, en los patios de algunas viviendas. En el siglo XX, en torno a los años 20, se construyeron los Pozos del Tomillarón, que fueron los primeros que comenzaron a suministrar agua corriente en el pueblo, en dos fuentes públicas; la primera en el barrio de arriba y después en el barrio de abajo. Esto que posibilitó que poco a poco algunas casas fueran teniendo agua corriente en la propia casa. Los pozos del Tomillarón, los restos de sus estructuras, porque iban con motores eléctricos, siguen existiendo, pero están en estado de abandono”, detalla.
De recrear la imagen del caño, tal y como era, con las circunstancias de cada día se ha encargado Enrique Mijallo. Este vecino ha elaborado una maqueta metálica en la que no falta ningún detalle. La señora lavando la ropa, los juncos, los dos chopos que daban sombra e incluso el burro amarrado a las argollas que había en uno de los laterales.
“He incluido también la carretilla con los cántaros y el botijo que se solía poner sobre la piedra para coger el agua. Recuerdo que además de las mujeres y los niños, iba algún labrador cuando volvía del campo para dar de beber a los borricos, siempre acompañado de su inseparable perro”, asegura.
Además de ser punto de encuentro, señala este vecino, que el caño también se ponía como excusa por las parejas de novios que alegaban que iban a por agua hasta allí, porque era “más buena” que la de la fuente que había frente a la Iglesia de San Miguel, junto a las casas. “Ir a por agua al caño era la excusa que poníamos para pasear por las tardes. Era la única oportunidad de salir con la novia. Si el camino del caño hablara, contaría los achuchones que se daban los novios”, puntualiza.
Entre los recuerdos que guarda en su memoria, se encuentra el de su padre, Segundo Mijallo y su vecino, Francisco Bravo, que iban a por agua con la carretilla, a finales de los años 50, para construir con sus propias manos la casa en la que iban a vivir.