Son algunos de los libros que se pueden ver en la Biblioteca Leon Tolstoi de Las Rozas hasta mediados de mayo dentro de la exposición ‘Libros de la niñez. Libros infantiles de hace 100 años’, que recoge parte de la colección de Melquiades Prieto. A través de sus ejemplares podemos aprender mucho sobre nuestra historia.
“La colección abarca las lecturas de los niños y un poco de las niñas desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando la Ley Moyano estableció que todo el mundo tenía que ir a la escuela y leer libros de religión, de urbanidad, de historia, ciencias… y las ‘señoritas’, que era el término que se utilizaba entonces, sobre higiene del hogar, labores, gestión, etcétera”, explica Melquiades Prieto a MasVive.
Estos libros nos dan una idea de lo que ha cambiado la enseñanza desde aquella ley reguladora de la enseñanza, promulgada en 1857, hasta nuestros días. “En aquella época leer y escribir no eran actos que se aprendieran de forma conjunta. Primero se aprendía a leer y luego a escribir. Ese es el origen de la colección, mi formación es de filólogo y había hecho una pequeña muestra de libros de la RAE, que tenía que autorizar todos los libros de ortografía y gramática”, explica. En una España con altos índices de analfabetismo, no sólo era importante aprender a escribir, sino hacerlo bien, porque eso te permitía acceder a determinados puestos de trabajo.
En la exposición tienen mucho protagonismo los libros de la editorial de Saturnino Calleja, uno de los editores más importantes de finales del siglo XIX y principios del XX. “Eran libros que se confeccionaban muy bien para las posibilidades técnicas que tenía España en la época”, relata Prieto. Podemos encontrar volúmenes con cubiertas e ilustraciones de artistas como Rafael de Penagos o Bartolozzi, que dan una idea del cuidado y mimo que se ponía en su edición.
“La educación básica de entonces ahora nos parecería de risa. La primera disposición establecía que los niños fueran a la escuela tres años… los cambios, desde el profesorado al material didáctico, son enormes”, reconoce Melquiades Prieto. “Pero es cierto que una serie de editoriales descubrieron que alrededor de la enseñanza podía haber una posibilidad de avance de la nación. Es llamativo que muchos de los grandes editores, el propio Saturnino Calleja por ejemplo, fueran antes maestros”, nos cuenta, explicando que hasta finales del XIX no siempre se pagaba a los maestros.