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Joaquín Abad

29/05/2015@07:57:17
La detención en Suiza de ocho directivos de la FIFA no debe sorprendernos. En todos los deportes hay apuestas, y maletines que van y vienen. Como en todos los negocios. En España sabemos que las categorías se negocian con dinero de por medio entre presidentes. Y muchas más cosas que no publican ni Marca, ni As, porque no convienen, claro.

Creo haberlo contado alguna vez en mis artículos. Pero hace años, muchos años, un joven presidente de un equipo provincial de fútbol andaluz me contaba los ofrecimientos de los presidentes de otros clubs, maletita de millones de por medio, para amañar algún que otro partido. No se si por medio estaban las mafias de las apuestas, o si era por el purito de sumar puntos. Lo que si me dejó con esa desazón, con esa sensación de que todo era posible, es cuando me aseguró que tenía claro que a los jugadores también les sobornaban para que en un determinado partido no jugaran lo bien que pueden y, dejarse ganar por el contrario. Y eso no lo podía controlar el presidente. Podía sospechar, pero no tenía claro que el pasado domingo el portero tuvo mala suerte y le colaron dos goles que debía haber evitado.

Está claro que no sólo son los constructores, los empresarios de servicios públicos, los que sobornan a concejales, partidos políticos para beneficio de su empresa. Parece que la corrupción es lo que siempre ha existido, como la prostitución, que por más que la persigan algunos gobiernos no hay manera de evitarla. Es la sociedad la que soborna, la que compra, la que intenta el atajo para beneficiarse, para enriquecerse y no le importa si es ilícitamente. Sólo al que cogen con el carrito del helado, como al político que sorprenden, lo crucifican para dar ejemplo. En un puro acto hipócrita porque todos saben que la corrupción está generalizada.

Me temo que estos ocho directivos de la FIFA detenidos en Suiza no son los únicos que se lo llevan crudo. Son los que Estados Unidos ha señalado, pero si se tira, que no se hará, del hilo se desenreda el ovillo, que dice el refrán. Pero no sufran, que no hay interés en tirar y descubrir la mentira que rodea el deporte profesional. Como hay interés en que se tape la corrupción en la política profesional. Por supuesto.

El batacazo, la hostia, ha sido mayúscula aunque anunciada desde hacía meses. Todos, excepto el tándem PP-PSOE lo tenían claro. Cien mil concejales marcharán a sus antiguos empleos, cuando no al paro, dejando su sillón, su coche oficial, su secretaria, su despachito, su sueldo, al joven de Podemos, al joven de Ciudadanos, que les ha arrebatado lo que era suyo. Pero antes de que tomen posesión, habrá que destruir documentos comprometidos.

Por eso dicen que se han agotado las trituradoras de documentos de tanto y tanto pedido en toda España. Los fabricantes, que no lo calcularon, se rasgan las vestiduras, porque son casi nueve mil ayuntamientos y varias comunidades autónomas las que necesitan, urgentemente, ese artilugio que les garantiza inmunidad en todos estos años de abusos y gastos injustificados.

En Génova, que ya tienen experiencia hasta en borrar discos duros como en los portátiles de Bárcenas, las caras están como de cartón piedra, para no molestar a un Rajoy al que consideran culpable de la hecatombe por su carácter indeciso y no haber cumplido con lo prometido cuando arrasaron hace cuatro años. Ya no tiene remedio y el panorama para las Generales, cuando el inquilino de La Moncloa tenga a bien adelantarlas para frenar la sangría que se avecina, es desolador para otros cientos de miles de altos cargos que perderán sus prebendas.

Las encuestas, el CIS, parece que no fue fino en sus últimos sondeos. Vaticinaba una caída de Podemos y ascenso imparable para Ciudadanos. No ha sido así, como se ha comprobado, y cientos y cientos de municipios estarán a lo que decidan los chicos de Pablo Iglesias, como en Barcelona, donde una antisistema puede llegar a arrebatar la alcaldía a CiU.

Y en Madrid, la lideresa, la condesa, Esperanza Aguirre no ha ganado. Se acaban los 24 años de poder de la derecha en la capital del reino. Ojo, porque a lo mejor Manuela Carmena y los de la coleta empiezan a levantar las alfombras y lo que no ha borrado la trituradora aparece en los diarios digitales, para vergüenza de Botella y Gallardón, este último en su despacho vitalicio, con coche oficial y chofer vitalicio, con secretaria y sueldo vitalicio por haber sido presidente de la comunidad. Unos al paro y otros a vivir, para siempre, sin trabajar, sin dar palo al agua, de la teta de lo que pagan con sus impuestos todos los españoles que trabajan.

Tras la lectura del libro de Ana Romero, Final de Partida, sobre la última etapa de Juan Carlos, como rey y como persona, saco algunas conclusiones. La más trágica, la que más me duele porque llevo la libertad, la independencia del periodismo en mi ADN desde que empecé las prácticas al final del régimen de Franco, es la complicidad de la prensa. Leo que desde que era príncipe, nuestro Rey Juan Carlos ha sido todo un golfo. Siempre se ha comportado como un auténtico egoísta, buscando sólo diversión y acercándose a amigos adinerados a los que sablear. Y siendo la primera autoridad del Estado ha coleccionado centenares de amantes despreciando, humillando a su esposa, la Reina Sofía de Grecia, a la que le restregaba en público la querida de turno. Y en la prensa, que lo sabía, que lo fotografiaba, nada se decía. Nada se publicaba. En la mayoría de casos por esa especie de pacto no escrito entre los directores de los medios que ignoraban las golferías del Jefe del Estado Español. Vamos, como si de la familia Franco se tratara, sólo que España no era ya una dictadura militar y la libertad de prensa estaba respaldada por la Constitución.

Son muchas las ocasiones que editores de revistas del corazón han comprado fotos comprometidas, reportajes escandalosos de Juan Carlos para guardarlos en el cajón del olvido y luego, quien sabe, utilizarlos para obtener favores. Otras ocasiones, miles, son los propios directores que reciben la llamada de Zarzuela solicitando que no se publicara tal o cual información que en nada favorecía la imagen social del Rey de España. El Mundo de Pedro J. Ramírez era uno de los pocos que se resistía a las presiones pero no obstante se resguardaba reproduciendo lo que revistas italianas, o inglesas, publicaban de nuestro monarca que lo fotografiaban en pelota picada, en algún yate, con la amante de turno.

Fue a partir de Botswana, cuando nos enteramos que nuestro Rey se dedicaba a matar elefantes en plena crisis económica, con colas de miles y miles de españoles en los comedores de Cáritas, que se terminó con esa complicidad. Nuestra primera autoridad estaba por encima del bien y del mal. Para él no había crisis, ni había nada que le impidiera irse de cacería a Africa junto con su última amante, la denominada princesa Corinna.

La prensa, los periodistas, los editores, han sido los cómplices durante cuarenta años de los excesos de un monarca que ha disfrutado de quizá un millar de amantes, y que se sabe que ha amasado una fortuna mil millonaria. Cómplices de un mal ejemplo social y económico y que se ha rodeado de una corte de empresarios que hacían negocios gracias al tráfico de influencias que se emanaba desde la propia Zarzuela. ¿O no?

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