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Torrearte representó la adaptación de Wilde

La importancia de llamarse Ernesto

La importancia de llamarse Ernesto

miércoles 23 de abril de 2014, 12:06h
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De nuevo Torrearte, bajo la dirección de Carlos Arias, estuvo a la altura de las exigencias, haciéndonos disfrutar de una velada estupenda ante un aforo casi completo. La adaptación del texto de Oscar Wilde realizada por Miguel Hinojar supo mantener la ironía del original, a la vez que introdujo conceptos modernos, lo que le dio dinamismo a esta extensa pieza de algo más de dos horas de duración.
Trata el tema central de la rigidez de la sociedad anglosajona de finales del XIX, que hace que los personajes recurran a parientes o amigos inventados para poder escapar de las obligaciones y convenciones sociales. Un cúmulo de circunstancias y casualidades van acaparando el interés del espectador, sobre todo durante el desenlace del segundo acto, mientras de fondo, Wilde perfila toda una crítica a la frivolidad de su tiempo, que queda plasmada en frases como “En los asuntos importantes, es más importante el estilo que el contenido”, que conservan su vigencia en nuestros días.

Los protagonistas masculinos, Pedro Castillo en el de Jack/Ernesto y Rafael Castillo en el de Algernon/Bunbury, resultan unos treiteañeros algo maduritos, pero, gracias a su soltura y a su buen tratamiento del humor, lograron meterse al público en el bolsillo y conquistar el corazón de sus respectivas pretendientes: Gwendolin (una muy bien caracterizada Amelia Gálvez) y Cecily (Mª Mar Fernández). Destacar la representación de esta última quien, indiscutiblemente y como viene siendo habitual, consigue llenar el escenario con sus intervenciones. El rigor moral estuvo excelentemente plasmado en los papeles interpretados por Carmen Bravo (Lady Bracknell) y Paloma Castillo (Miss Prim), dos de las joyas de la compañía, y complementado con las cortas intervenciones tanto de la criada, Chefa Villaseñor, como del mayordomo, Daniel Perrini, quienes consiguieron con su extrema seriedad el efecto risible pretendido. Por su parte, Agustín Maroto supo darle un matiz muy creíble y cercano al cura protestante. No faltó ni el perro, que evidenció sus grandes dotes de actor manteniéndose indiferente ante los focos y la atenta mirada del público. El escenario, con elementos llamativos como la chimenea encendida del primer acto, estuvo muy bien apoyado por el juego de luces. Comentar sólo, como crítica constructiva, que quizá a algunos actores no les venga mal ejercitar un poco más la memoria para acabar con esos pequeños “lapsus”, embarazosos aunque casi inapreciables.

Queda probado que Torrearte se desenvuelve igual de bien con este tipo de “comedia frívola para personas serias”, como la describió el propio Wilde, como con obras dramáticas (una de sus últimas representaciones fue la lorquiana “Bodas de sangre”). Carlos, fundador y director de la compañía, afirma que “después de 25 años, hacemos teatro de cualquier tipo de autores”. Pues que lo sigan haciendo, y con tanta calidad.


Fotos: Torrearte 1 y 2: las fotos ya enviadas NO valen, salieron demasiado borrosas. Enviaré otras nuevas sacadas de una grabación digital que hizo un amigo. Dejar dos espacios para las fotos.
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