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El factor humano: historias personales frente al COVID19
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El factor humano: historias personales frente al COVID19

Por Mabel Cazorla
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“Si volviéramos al confinamiento a mí me darían un disgusto tremendo”. Así responde Miguel, 10 años, de Torrelodones, cuando se le pregunta qué pensaría si, a pesar de todo el esfuerzo que se ha hecho desde marzo, nos volvieran a mandar a casa porque no hemos sido capaces de controlar el coronavirus. “Por un lado te lo pasas bien con tus padres, pero otros seis meses confinados, como que no”, sentencia. Los más pequeños van a recordarlo como ese tiempo en el que no vieron a sus amigos pero pasaron más tiempo con sus padres, los mayores lo asociaremos con la angustia y la incertidumbre, y los que tuvieron que seguir saliendo cada día a trabajar, con unas calles en las que parecía que se había detenido el tiempo.

“Veías el pueblo como nunca”, asegura el jefe de la Policía Local de Hoyo de Manzanares, Antonio Roldán, “era conmovedor”. En esos meses eran apenas los únicos que podían andar libremente por la calle, haciendo “de todo” desde repartir mascarillas a visitar a personas mayores solas, llevar comida o medicamentos, o felicitar los cumpleaños a quienes les veían desde los balcones. “Teníamos todos una motivación muy grande”, resume del trabajo de los agentes de Hoyo. Lo peor, encontrarse con situaciones de gente “que tenía la necesidad de salir, personas con problemas...”. No olvida a un vecino que se bajaba todas las mañanas a hablar con ellos. “Se fumaba un cigarro, nos contaba cómo había pasado la noche...”.

El trabajo voluntario

El hecho es que la pandemia ha dejado a la vista muchas carencias sociales, explica Juan Fernández Oliver, responsable de Comunicación de Cruz Roja en el Noroeste, “nos llegaban 30, 40 y hasta 70 demandas diarias de personas que no tenían alimentos que dar a sus bebés, o que hacía días que no comían, sin ingresos de ningún tipo y sin saber hasta cuando iba a durar”. Cruz Roja ha intentado dar respuesta a todas ellas en unas circunstancias con situaciones tan dramáticas y duras, “que podíamos sentirnos como en una emergencia internacional”. Juan destaca la “responsabilidad y el compromiso” de los voluntarios y lo cuenta desde su experiencia personal. “Aunque estaba agotado, no recuerdo que ningún día se me hiciera duro salir de casa, me sentía hasta afortunado. Sí que recuerdo muy a menudo el silencio de las calles. Me impresionaba mucho”.

También han aportado su esfuerzo de forma altruista estos meses los voluntarios de Protección Civil, que han tenido tantas tareas como necesidades iban surgiendo. “Todos han ayudado en la medida de sus posibilidades”, explica César Plaza, jefe de Protección Civil de Las Rozas. El centenar de voluntarios roceños han repartido mascarillas pero también han estado allí donde se les ha llamado: trasladando a vecinos al médico, interviniendo en residencias, llevando medicación hospitalaria, en el Palacio de Hielo y en la Ciudad de la Justicia… Si tuvieran que volver a hacerlo Plaza responde que “haremos lo que tenemos que hacer, lo mismo”, pero afirma rotundo: “me parecería mal, me dolería”. Porque significaría que no hemos aprendido nada.

El trabajo esencial

Si hay un entorno en el que la actividad ha sido frenética, y vuelve a serlo en estos días, es en los centros hospitalarios. En Puerta de Hierro, trabaja de enfermera Cristina Rolle, que se incorporó a su puesto tras una baja cuando comenzaba el confinamiento. “En pleno jaleo y sin saber casi como vestirme, me mandaron a planta COVID”. Ha sido una situación “muy complicada” de la que una de las peores cosas ha sido trabajar con los trajes de protección, que “es agotador, asfixiante”, y con el miedo, que sigue presente, “a llevarlo a casa”. Toda esa situación ha pasado factura, hay muchos sanitarios “en tratamiento psicológico por depresión y estrés” y pensar en volver a pasar lo mismo “es horrible, agotador”. Lo único positivo, que ya saben “qué esperar de la enfermedad” y como tratarla.

“La primera ola supuso una avalancha asistencial de proporciones nunca vista que obligó a reconvertir la Sanidad”, resume el doctor José Luis Franqueza, del SAMER-PC de Las Rozas. “Nunca pensé ver hospitales llenos completos, y que no fueran suficiente”. Una angustia a la que se sumaba “no saber como tratar a los pacientes”. Ha habido que cambiar la forma de trabajar, un cambio de concepto que llegó al tiempo que el temor por no saber “donde iba llegar el progreso de la enfermedad”. Franqueza resume con una frase la vocación de servicio que encontramos en muchos profesionales que han estado en primera línea: lo han vivido con angustia “pero con el convencimiento de que era lo que nos tocaba hacer en ese momento”, pero tiene una visión pesimista de lo sucedido después. “Se tenía la sensación de que si todo el mundo arrimaba el hombro saldríamos, ahora la sensación es que hagas lo que hagas, no se va a solucionar”.

Pero los sanitarios no han sido los únicos que han seguido trabajando cada día. El personal de limpieza urbana, los transportistas, el personal de supermercados… ellos también han han vivido desde primera línea la angustia y la incertidumbre. Y trabajando de cara al público, también los han sufrido en los ciudadanos. “Hubo un momento en el que los clientes dejaron el supermercado prácticamente vacío y cada vez que llegaban los palés de mercancía la gente la cogía de allí, no daba tiempo a colocarlos”, explica Roselba, trabajadora de un supermercado de Las Rozas. Y eso sin contar su temor al contagio, “pero es un servicio que tienes que cumplir”. Han vivido momentos complicados, “una locura”, resume.

En las residencias

Pero si ha habido un lugar donde esta pandemia ha sido dura y cruel ha sido en las residencias de Tercera Edad. “Ha sido un aprendizaje sobre nuestros límites y nuestras fortalezas”, asegura Ana Alfonso, directora de la Residencia ORPEA de Torrelodones. Han sido meses difíciles que “han despertado en todos el compañerismo, el altruismo y la empatía”. Eso sí, lamenta “la falta de sensibilidad de algunos medios y de la sociedad en general” con los profesionales de las residencias. Pero sobre todo Ana valora el “heroísmo” de los mayores, que “han demostrado una vez más su valor para tolerar situaciones vitales difíciles”, privados de ver a sus familias y confinados en sus habitaciones.

“Ha sido una situación durísima, con una gran sensación de impotencia”, resume, por su parte, María Jesús González, de la Residencia Los Peñascales. “Las residencias somos servicios sociales, estamos preparados para cuidar, no para curar. Nos hemos visto desbordados por completo”. La comunicación se ha mostrado imprescindible. “Imagínate a los residentes, de repente nos ven con mascarillas, sin poder ver una sonrisa, tan necesaria, privados de visitas, con miedo, viendo las noticias y programas sensacionalistas”, relata. “Hemos intentado paliar la situación, proporcionando llamadas y videollamadas constantes entre residentes y familias...”.

Los más pequeños

Miguel y su hermana Paula, de ocho años, van contando entre los dos un relato del confinamiento distinto, que comenzó con expectación por lo que parecían unas “vacaciones gratis”. Hicieron acampadas en el salón, un circuito deportivo… pero no tardó en llegar la preocupación, porque ellos también ven las noticias, y el aburrimiento. “Antes estaba un poco harto de mis amigos”, dice Miguel riéndose, “pero luego empecé a echarles de menos. También empecé a echar de menos a mi profe, pensé que nunca diría algo así, ir a los parques, a las tirolinas…”. Paula también echó mucho de menos, “el voley, que me fascina”.

Ahora han vuelto a clase, y se han encontrado con una nueva normalidad bastante anormal. “Estar con mascarilla no me gusta mucho. Al llegar a clase no reconocía a mis amigos, me decían ‘tú quien eres,’. En el patio te mandan estar sentado mirando los pájaros”, se queja Miguel.

“Me dio mucha pena el primer día de colegio”, asegura Irene, su madre. “Estuvieron quince días sin poder dormir de las ganas que tenían de volver, y te da pena, porque pensaban que iban a volver al cole de siempre, y el primer día no se pueden abrazar, no se pueden saludar, había un silencio anormal, los niños en sus filas, callados… se me saltaron las lágrimas”, explica. Ahora viven pendientes de una llamada que puede llegar en cualquier momento y que les mande de nuevo a casa si se da algún positivo en su clase. “Vivo con es miedo todos los días, es insostenible para cualquier persona que trabaje”.

Si hay un centro educativo en el que esta vuelta al cole ha sido especialmente triste es en el San Ignacio de Loyola, de Torrelodones, que perdió a su director, Antonio Torres, por culpa del coronavirus. Su directora de Comunicación, Esther Colado, recuerda cómo ese pequeño virus “invisible a nuestros ojos pero presente, nos hizo llorar y unirnos en oración y redescubrirnos y también, nos hizo aprender y crecer”. Un mensaje de esperanza que quieren trasladar a este curso escolar. “Tras enseñarnos el valor de la vida, de la amistad, de la familia, del compañerismo, de la responsabilidad, servirá para afrontar el curso 2020-2021 con una perspectiva nueva: la del amor y el servicio, la del ejercicio de la responsabilidad individual por el bien común”.

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