Con 100 años de edad, no se puede pedir mucho al cuerpo ni a la mente, pero Trini tiene como motor de vida una simpatía con la que se gana a todo el mundo. Es una chiquilla de naturaleza inquieta que va regalando versos a cada instante, haciendo gala de su extraordinaria memoria, recitando rimas que ella misma escribe. Es nuestra poetisa local y tiene su propia calle en la colonia de Torrelodones.
Era la única niña de 4 hijos, la familia trabajaba y vivía en grandes fincas de los alrededores. Recuerda con especial emoción a su padre-vaquero de toros bravos en Ávila- que la enseñó a leer y a escribir y en sus ausencias enviaba postales con poesías, “a mi madre la enseñó a firmar”. Y creció silvestre, con sus hermanos era uno más, “no le temía a nada y era muy feliz”.
”. Solo fue a la escuela durante 4 años y se lo aprendía todo de memoria, “la gente dice que soy muy culta, pero solo he leído mucho”. Tuvo que trasladarse toda la familia a Madrid buscando trabajo a los campos de Entrevías y el Pozo en Vallecas y allí permanecieron por largos años. A los catorce años se le presenta una ocasión de irse a servir con la familia de un arquitecto “cuidaba de sus hijas que tenían casi mi edad”. Estaba tan agradecida que no anhelaba otra cosa, “íbamos al teatro, museos, viajaba”. En su cabeza no existía el matrimonio, “esto me lo arrebataría todo” y rechazaba a cualquier pretendiente.
Estalló la Guerra Civil, “había gente que se moría de los sustos” y con 22 años se reúne con su familia en Galapagar, “primero era zona roja, luego, vivimos la batalla de Brunete, la casa fue saqueada y lo perdimos todo”.
También perdió a su padre por un accidente y desde entonces, aunque quiso volver a Madrid, tuvo que quedarse a cuidar de su madre durante 33 años y trabajó en las casas de alrededor. Entonces empezó a escribir. Más tarde, consintió en casarse a los 41 años, pero esta nueva convivencia no hizo sino ratificar que ella anhelaba su espíritu libre “con la poesía me entusiasmo, soy espontánea”. A los 66 años comenzó a recitar. Trinidad enviudó a los 72 años y no ha dejado de trabajar hasta los 80 años en casas ajenas. No tuvo hijos, algo que le dio igual, “ahora que veo el abandono de muchos mayores por sus hijos, me da mucha tristeza”. Tiene claro cuáles son las tres peores cosas que vive ahora: “la soledad, la dependencia de alguien para hacer las cosas y la convivencia, ahora que está en una residencia, porque no es fácil”.
Sin embargo, la sonrisa le rebrota con facilidad, contando como la llevan a tantos sitios para recitar, y expresa lo afortunada que es con el cariño de este pueblo. Le hubiera gustado ser maestra, pero de seguro nos está dando lecciones de mujer apasionada “nunca me he cortado, siempre tengo motivos de compartir alegrías”.