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Las rosas de Heliogábalo (Sir Lawrence Alma-Tadema)
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Las rosas de Heliogábalo (Sir Lawrence Alma-Tadema)

Por Inmaculada González

viernes 04 de mayo de 2018, 11:16h
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Quiero estrenarme como colaboradora en MasVive con esta atractiva obra maestra de un desconocido pintor neoclásico neerlandés cuyas pinturas se caracterizan por recrear ambientes de la cotidianeidad romana protagonizados por la indolencia natural de sus personajes.

Alma-Tadema vivió de lleno la Revolución Industrial y siempre tuvo claro que no la plasmaría en sus lienzos porque desdeñaba el mundo del progreso y de las máquinas, sin embargo alimentará su espiritualidad recreando ambientes hedonistas del Mundo Antiguo, cuestión que decide tras visitar allá por 1863 Italia y recorrer Pompeya y Herculano, en donde queda seducido por la Roma Imperial.

‘Las rosas de Heliogábalo’ te atrapa por sus encarnados matices. El cuadro entero te magnetiza, pero la sublime y exultante representación de la belleza encierra una aterradora historia, por el horror que aquí se representa.

Vario Avito Bassiano (Heliogábalo), emperador romano de origen sirio que vivió en el s. III d. C. sube al trono con 14 años tras la muerte violenta de Caracalla. Sus grandes aficiones siempre fueron dos bien conocidas: los hombres maravillosamente dotados, los llamados onobelos, a los que perseguía por toda Roma, y los excesos. Bacanales, orgías y atrocidades sexuales, comportamientos excéntricos como vagar por las calles vestido de mujer, crueldad y maltrato animal e incluso sacrificios humanos era lo común y lo normal. Sus abusos no tenían fin. Un humanista del s. XV lo define como una bestia de lujurias antinaturales.

El joven emperador además cambió la religión romana y obligó a todo el imperio a venerar a un betilo, un meteorito sagrado, una roca negra con forma de falo. Latinizó el nombre de la divinidad siria El-Gabal y pasó a llamarse Elagabalus, y de ahí Heliogábalo. Su mayor blasfemia fue casarse con una sacerdotisa vestal, una virgen entre las vírgenes.

Tan descomunales fueron sus fechorías que el Senado romano condenó su recuerdo al ‘damnatio memoriae’, es decir el olvido por decreto. Fue eliminado de la Historia, borrada su efigie y su nombre de monumentos y documentos por ser uno de los peores de su estirpe y más canalla y eso que su reinado duró tan solo cuatro años hasta que fue aniquilado.

A este insigne tirano depravado le gustaba agasajar con opulencia. Excelente gourmet y perfecto anfitrión, en uno de sus banquetes decide obsequiar a sus invitados con una lluvia de pétalos de violetas y rosas sin mesura. En la escena la flauta doble suena mientras vino a raudales se mezcla con los pétalos que caen del cielo como azote de dioses. Los sirvientes lanzan tal cantidad que algunos de los comensales mueren asfixiados. Éste es el momento que Alma Tadema representa con excelente sentido de la estética y maestría.

No sabemos qué llevó al autor a elegir este pedacito de escondida historia para plasmarla en un lienzo. Lo cierto es que Lawrence Alma-Tadema, en el momento de acometer esta obra, 1887, vivía en una húmeda y oscura ciudad llamada Londres en donde la luminosidad y calidez ambientales brillaban por su ausencia. Cuenta la leyenda que el pintor mensualmente encargaba rosas al sur de Francia, rosas que eran derramadas por sus conocidos para él así poder plasmar con la mayor veracidad posible el efecto cascada de los pétalos.

Tuve la gran suerte de admirar esta obra en el Thyssen en 2014 en donde el rosa predominante te atrapa desde el primer momento. Esos miles de pétalos, cuya textura se puede casi oler si te acercas, están laboriosamente trabajados con diminutas pinceladas. Predominan los colores tenues y cálidos, y la luminosidad que inunda la escena bien puede recordarnos a la que Sorolla utiliza en sus obras.

Llama poderosamente la atención el tratamiento tan delicado de un tema tan trágico, de una escena tan cruel en la que los rostros de los personajes no reflejan la agonía. Más bien Alma-Tadema, lejos de mostrar la frialdad y el cinismo de un asesinato premeditado, pretendió un lucimiento en su técnica.

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