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Casas deshabitadas: La belleza del abandono.

martes 24 de marzo de 2015, 10:52h
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En estos tiempos de modernidad constante, de estar siempre a la última, nos sigue atrayendo poderosamente el encanto ambiguo de los espacios deshabitados. Lugares que cuentan más en su decadencia que muchos edificios hoy en pie y llenos de vida, tal vez porque hay historias que necesitan un tiempo de reposo para hacerse realmente buenas. ¿Cuántas veces nos hemos preguntado, al pasar por delante de un edificio con sus ventanas condenadas, lo qué esconderán sus muros? ¿Qué gente lo habitó, puso en él sus esperanzas? Son 'ruinas' contemporáneas, saboteadas por la acción del tiempo y la mano del hombre, sólo de atención para arqueólogos urbanos que tratan de desentrañar sus secretos. Hemos recorrido algunas de esas historias.
Casas deshabitadas: La belleza del abandono.
El caso más conocido y del que más se ha hablado en Torrelodones a lo largo de los años es el de Canto del Pico. Es difícil sustraerse a la imagen de este palacete de 1920, en lo alto de su atalaya, presidiendo el paisaje del municipio. Su historia ha sido abundantemente documentada y difundida a lo largo de los años, desde su nacimiento por encargo del Conde de las Almenas para convertirlo en una casa-museo, el paso de la propiedad a manos de la familia Franco en 1940, sus avatares inmobiliarios posteriores y las constantes denuncias por el deterioro de un palacete que ha ido perdiendo con el paso de los años buena parte de todo aquello que lo hacía un edificio singular, más allá de su historia.

Pero Canto del Pico no es el único lugar de Torrelodones que ha sufrido, de mala manera, la crueldad del paso del tiempo. Historias familiares, desavenencias, olvidos... los han despojado de su utilidad y los han convertido en cascarones vacíos de los que sólo se pueden contar historias, algunas veces mezcla de rumores, fantasías y medias verdades.

No sucede siempre, tenemos ejemplos sin salir de Torrelodones de otros lugares que han podido sustraerse a este sino. Ahí está La Solana, objeto de una permuta en 2004 por el que pasó a manos municipales, fue rehabilitado con fondos del Ministerio de Política Territorial, la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento, estuvo a punto de convertirse en la Biblioteca y Museo Juan Van Halen de Poetas Madrileños y hoy en día alberga un espacio de coworking. Pero no siempre sucede así. En algunos casos, no hay ni siquiera ya propietarios a los que apelar.

No pretendemos hacer aquí un repaso exhaustivo a inmuebles y propiedades de Torrelodones que hoy se encuentran deshabitados, sino rescatar algunas historias de lugares que tuvieron su relevancia en su momento. Por su calidad histórica, arquitectónica o simplemente por haber sido lugares de encuentro y convivencia que hoy han perdido el fin para el que fueron creados.

Villa Rosita

Hace tres años, Elena e Inma, que viven cerca de esta finca de dos hectáreas, paseaban con los perros y entraron atraídas por la curiosidad. Encontraron en el jardín montones de documentos tirados y entre ellas una carta que decía “mi adorada Rosita....”, fechada al principio del siglo XX y firmada por el ingeniero alemán Félix Schlayer. Estas vecinas buscaron por su cuenta todo lo relacionado con esta familia y hasta incluso hablaron recientemente con un nieto que vive en Suecia, que con 85 años no quiso ser visitado.

Villa Rosita tiene una antigua casa de una planta de muros de piedra y unas galerías con estructura metálica y columnas de fundición. Es una casa tradicional de la sierra que responde a la arquitectura industrial inglesa que se impuso por la llegada del ferrocarril. Tiene independiente una cocina, unos garages, la casa del guarda y la del chófer, construidas en la primera época. De los años 40 son Villa Constanza y Villa Clotilde que sufrió un incendio en el 2010 y está destruida.

Desde la anterior legislatura hubo intentos para que se produjera la cesión, con un plan de reconversión de esta zona, pero no hubo fortuna. Hoy, Elena e Inma lamentan que todo un patrimonio familiar haya sido expoliado y destruido. El valor histórico depende de su preservación y recuperación y lamentablemente no tiene vías de ser fácil. Ellas, al menos, han hecho una síntesis de la historia del dueño de esta finca.

Un ´Schindler´ para unos y un `espía nazi` para otros
Félix Schlayer se casó con Rosa Albagés, una joven cantante de Barcelona. Con sus dos hijos mellizos Carlos y Clotilde se vinieron a vivir a Madrid a principios del siglo XX. Villa Rosita fue la casa de veraneo. Félix viajaba constantemente por su negocio de patentes en maquinaria agrícola. Fue encargado de los negocios de la representación noruega en Madrid y al estallar la Guerra Civil y en ausencia del embajador ocupó el cargo de cónsul. Esto le permitió moverse con inmunidad diplomática y ser testigo de excepción de lo que ocurría en la capital. En el primer año de la guerra consiguió dar asilo a casi 900 personas que huían de la persecución política. Cuando abandonó Madrid por amenazas, le dejó como encargo al alcalde de Torrelodones, Mariano Cuadrado, que le custodiase la finca en su ausencia. Por exigencias de los tiempos de guerra, el alcalde al día siguiente la cedió para refugiados de la zona. Félix y Rosita consiguieron pasar a zona nacional y desde allí se reunieron con sus hijos, que se educaron internos en Alemania. En 1938 publicaba en Alemania el libro 'Un diplomático en el Madrid rojo' con prólogo, en la edición alemana, del mismísimo Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del III Reich.

En los años cuarenta regresa el matrimonio para fijar su residencia en Torreldones donde tienen que hacer bastantes reparaciones y construye las otras dos casas. Recibe la Orden Civil de Beneficiencia por sus servicios y muere en 1950, unos años antes que su esposa Rosita. Carlos que vuelve de Alemania se establece en Villa Rosita y trabajó en el CSIC con temas de espionaje y criptología. Tuvo dos hijos Constanza y Alexander que parece ser el único descendiente porque Clotilde se fue a vivir a EEUU y no tuvo descendencia.

Centro Internacional de Cerámica para la Arquitectura
La empresa familiar PAZ & CIA conmemoraba en 1999 un primer siglo en el negocio de la cerámica en nuestro país. Pero fue en 1989 cuando el director general de esta compañía y vecino de Törrelodones, Vicente Carranza -uno de los principales ceramófilos de España- quiso abrir un museo propio en el pueblo donde vivía. Levantó un edificio moderno de tres plantas como sede de la empresa con oficinas, garajes y grandes salas de exposición de hasta 200 metros cuadrados en la Avenida de Valladolid, a la entrada del municipio. Tenía vitrinas que albergaron 10.000 azulejos y 3.000 piezas de cerámica como parte de la 'colección Carranza' formada en más de treinta años. Se podía visitar abierta y gratuitamente y generó gran expectación para los expertos. La muestra contenía, entre otras de gran valor, desde alicatados árabes del siglo XII, cerámicas de origen persa y sirio, de América y Portugal y hasta piezas exclusivas como un mural de Nuestra Señora de la Asunción que este mecenas quiso traer a esta localidad por ser su patrona. También encontramos en la web de la Parroquia que en 1994 se incorporó un viacrucis con XV estaciones compuesto por cuarterones de porcelana de Manises encastrados en una trama de forja que procede de este museo.

Las crónicas de entonces hablaban de un abrumador éxito con “cientos de autocares en fines de semana que no tenían sitio para aparcar”.

Final trágico
Todo este despliegue de arte y pasión por la cerámica en Torrelodones se desvaneció en 1996 con el fallecimiento del hijo de Vicente Carranza, que tuvo un accidente de tráfico a los 38 años. Miguel Ángel Carranza dirigía junto con su padre esta sede y museo. Él iba a ser quien continuara con este legado familiar.

A sus 86 años, Vicente Carranza es poseedor de la colección de azulejos, objetos de cerámica y retablos cerámicos más importantes de España y actualmente está repartida en cuatro museos: Toledo, Daimiel, Reales Alcázares y Triana. Hay constancia de que en el 2010 se produjo un importante traslado de piezas desde Torrelodones al Real Alcázar de Sevilla.

El edificio aún brilla sin deterioro en sus alturas redondeadas, pero tiene un interior enmudecido. La parte más triste queda a sus espaldas donde comparte abandono y ruina con el bar Olivas en la calle Joaquín Ruíz Jiménez y Cortés. Habrá vecinos que quizás no hayan reparado en su silenciosa presencia, pero también quien se hayan preguntado cuál es su historia y cuál va a ser su destino.

La Rosaleda

En el Paseo de Andrés Vergara, justo al lado de la Parroquia de San Ignacio de Loyola y del colegio del mismo nombre encontramos hoy el espacio que un día ocupó el Bar Restaurante La Rosaleda. Un lugar muy apreciado por los vecinos de La Colonia, el sitio ideal “para ir con los más pequeños”, nos cuenta una vecina de la zona, cuando estaba abierto. Propiedad de los hermanos Téllez, alrededor de La Rosaleda, de su amplio parque y su restaurante, pivotó buena parte de la vida social de La Colonia durante muchos años. Que se lo digan al Club Minifútbol, que tenía en esta espaciosa finca una de sus sedes oficiosas.

Lo recuerda Javier García de Leániz. “Era el sitio con la mejor terraza de Torrelodones, ideal para ir con los niños, y es una pena que lo cerraran”. Era un lugar muy agradable, con un excelente restaurante “regentado por Fidel y Enrique” y “quizás el bar más concurrido de Torrelodones”, rememora García de Leániz, quien recuerda sobre todo la zona del invernadero como un espacio ideal para estar en verano. Abierto a mediados de los años 70, el Minifútbol celebró allí innumerables fiestas, entregas de Trofeos... gracias a la colaboración de los propietarios, que cedían para tal fin el garaje de La Rosaleda.

Era tan popular en su momento que allí iba todo el mundo, lo que nos da pie a contarles una historia que, con la distancia que da el tiempo, resulta curiosa y tal vez sea poco conocida. En pleno escándalo de los GAL, cuenta José Díaz Herrera en su libro 'Pedro J. al desnudo' -también lo recuerda José Amedo en el libro 'Cal Viva', editado en 2013- este restaurante fue, en 1996, escenario de una reunión entre el abogado José Argote y Jorge Manrique, abogado de José Amedo y Míchel Domínguez, para pedirle, previo pago dicen de 1.000 millones de pesetas, que sus representados se retractaran de sus acusaciones a Rafael Vera, José Barrionuevo y Felipe González sobre su implicación en la 'guerra sucia' contra ETA.

Pero esto son historias del pasado, porque hace ya casi una década que nadie se sienta a disfrutar de la tarde o a tomar algo en La Rosaleda. “Teóricamente lo compró Gigante”, rememora Javier García de Leániz. Fuera cual fuera el proyecto para esta finca, nunca se llevó a cabo. Y hasta hoy.

Terraza Bar Olivas

En la casa del número dos de la calle Joaquín Ruiz Jiménez y Cortés nacieron Carlos Olivas y sus dos hermanos. La parte de arriba era la vivienda familiar y debajo estaba el bar y el almacén del bar que sus padres abrieron en el año 1963. Tuvieron un alquiler de renta antigua hasta que los dueños de esta casa la vendieron en el año 1998 y desde entonces el edificio permanece no solo cerrado, sino tapiado y abandonado.

Carlos recuerda que hubo una temporada en que era el único bar abierto en el pueblo, “solo estábamos el Estanco y nosotros porque otros habían cerrado”. El bar terraza estaba al pie de la carretera de la Coruña -actual Avenida de Valladolid- por lo que servían comidas a muchos viajeros y camioneros. No se olvida de los muchos atascos que se formaban los fines de semana cuando los veraneantes venían o regresaban de todos los pueblos de la Sierra del Guadarrama y alrededores. Por esto, las temporadas más esperadas eran las vacaciones, los puentes y los fines de semana. Aún se distinguen las letras en la fachada que anuncian 'especialidades en tortillas' y Carlos asiente porque dice que su madre las hacía muy bien. Los jóvenes de entonces llenaban el merendero y pasaban largas horas en el futbolín.

A partir del año 1978, para las fiestas de la Asunción y San Roque en Agosto, el bar empezó a organizar una liga de Minifútbol. Los partidos se jugaban al frente, justo en un 'campillo' que tenían las Escuelas -hoy el jardín trasero de la biblioteca municipal- y conseguían un gran ambiente festivo. A Carlos no le gusta ver el estado actual de lo que fue por cuarenta años su casa -que lleva su apellido- y concluye diciendo que “me hubiera gustado que al menos alguien estuviera allí viviendo”.
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