Ser mujer y no morir en el intento
miércoles 23 de abril de 2014, 12:06h
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Somos especies diferentes, eso sí. Las mujeres y los hombres no nos comportamos igual. La ciencia ha ido aportando pruebas y datos a esta diferencia que hay entre Marte y Venus. Por ejemplo, las mujeres sienten el dolor de forma diferente a los hombres (tienen más tolerancia), estar en buena forma es más difícil para ellas que para ellos, las mujeres se preocupan más que los hombres, discutimos de forma diferente, ellos son mejores en el razonamiento y ellas lo son en la intuición..pero una cosa son las diferencias entre sexos, y otra que la sociedad las convierta en desigualdades.
Y la de género es una de las desigualdades más graves que se pueden encontrar en el mundo actual. Según los Informes de Desarrollo Humano del PNUD, no hay ningún país del mundo en el que las mujeres dispongan de las mismas oportunidades que los hombres. De modo que las mujeres ocupan menos cargos de responsabilidad, tanto en la política como en la economía, reciben salarios inferiores a los hombres en trabajos similares, les afecta en mayor medida el desempleo y cargan con la mayor parte del trabajo doméstico. Las mujeres que se encuentran incorporadas al mercado laboral se enfrentan a una doble jornada, a la del trabajo y a las tareas domésticas; y las que no lo están y cuya función principal se centra en el trabajo doméstico, se encuentran con que esta labor no es ni social ni económicamente reconocida.
Nuestras abuelas apenas pudieron decidir a qué querían dedicarse, así que la primera mujer que conocí que defendía sus derechos y alzaba su voz en pro de la igualdad de sexos fue mi madre, que nunca dejó que se le viera como un ser inferior a mi padre. Gracias a ella he aprendido que la mujer debe ser tan autónoma como el hombre y como tal debe ser reconocida por la sociedad. Y digo gracias a ella porque aunque los derechos de la mujer por la igualdad de género estén plasmados en un libro llamado Constitución, parece que su praxis se ha guardado bajo llave cuyo acceso está tras saltar los baches que la misma sociedad nos pone en el camino. Baches que superamos cada día en nuestra casa o nuestro trabajo, en esa lucha por querer ser una mujer diez a la altura de las circunstancias, capaz de ir a la compra de la mano con los niños mientras contesta las llamadas de su jefe, cuida la casa, atiende al marido cuando regresa del trabajo, y estudia para ayudar a sus hijos en los deberes. Queremos hacerlo todo y queremos hacerlo bien. Parece que está implícito en nosotras el tener que hacerlo todo solas. Sino ¿por qué nos enternecemos cuando vemos a un hombre con un carrito de bebé haciendo la compra?. Parece que las mujeres no vemos la posibilidad de pedir ayuda y olvidamos, por tanto, que tenemos unos derechos aunque se pierdan por llevar falda, escote, tacones, maquillaje y un perfume con toque floral…
Para eso en teoría se celebra el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo. Este año el lema ha sido “Superando Barreras” y el objetivo sensibilizar sobre la necesidad y la importancia que tiene el reconocimiento de la igualdad efectiva entre las mujeres y los hombres. Un día en el que se realizan actividades como la entrega de los Premios Mujer donde se reconoce la labor de excepcionales mujeres en la búsqueda de la libertad femenina; se hacen obras de teatro donde el rol de mujer es en sí una víctima de la sociedad y se organizan charlas en los institutos para concienciar a los jóvenes de la importancia de aunar fuerzas para conseguir la igualdad de derechos en la participación política, social, cultural y económica. La igualdad, en ocasiones, se ha conseguido en términos jurídicos, pero no reales. Y se celebra el día de la mujer precisamente porque la igualdad no existe.
Para hacer este reportaje he conversado con mujeres de distintas edades, clase social, y situación personal, y me he dado cuenta que en mayor o menor medida, las mujeres se sienten infravaloradas, que no inferiores, por el resto del mundo.
Susana tiene 41 años, es divorciada y tiene tres hijas. Se casó bien joven y un mes antes de quedarse embarazada. Los dos disfrutaban del mismo nivel de estudios, de las mismas aptitudes para trabajar, y de la misma ilusión por sacar una familia adelante. Ambos decidieron que fuera ella quien se quedara en casa cuidando a la niña y que fuera él quien se dedicara a la búsqueda de empleo. En principio parece una decisión razonable; pero ¿qué pasa cuando durante 15 años de matrimonio y tres niñas en el camino, la pareja se divorcia?. Susana cuenta que a su edad y siendo igual de capaz que su ex marido para buscar empleo, (tiene la especialidad en Derecho Comunitario Europeo), se encuentra con que apenas tiene experiencia laboral, que prácticamente no ha cotizado en su vida y que debe empezar de cero. Sin olvidar que cuando una mujer disfruta de la custodia, tiene que rechazar aquellos trabajos que le supongan dejar de atender a sus hijas adolescentes (que requieren mucha atención) durante todo el día si bien no tienes posibilidad de contratar a una niñera.
Y aquí nos encontramos una gran diferencia para con los hombres. Susana afirma que su ex marido “sí puede coger cualquier empleo que se le ofrezca, tenga el horario que tenga”. “Es muy difícil criar a unos niños sola. Él las ve los fines de semana cuando no hay que llevarlas al colegio, ir al dentista, lavar los uniformes o ayudarlas con los deberes; y cuando no puede venir a verlas, parece que no pasa nada. ¿y si yo no pudiera quedarme con ellas, se las llevarían los Servicios Sociales?”, comenta. “¿por qué tiene unas libertades que yo no tengo?”. ¿Alguna ventaja tendrá?, le pregunto yo. “Sí, el vivir el día a día con mis hijas”.
Cruz Roja ha publicado recientemente un estudio del Instituto Nacional de la Mujer que afirma que la tasa de ocupación femenina es de un 42,15 por ciento, “más de 14 puntos por debajo de la masculina”. En dicho estudio además, se da un elevado índice de abandonos del mercado laboral por parte de las mujeres (cada año 380.000 mujeres dejan su puesto de trabajo frente a 14.000 hombres). Por otro lado, una de cada tres mujeres opta por un contrato laboral a tiempo parcial que le permita cuadrar sus horarios, mientras que solo uno de cada diez hombres tiene uno de estos contratos. Esa es una señal muy clara de que el cuidado de niños sigue recayendo en ellas.
Para paliar estos problemas, la Comisión Europea insiste en la necesidad de ampliar el número de plazas de guardería y educación infantil. Lo llaman conciliar la vida laboral con la personal, pero el coste medio de una guardería privada en ciudades como Barcelona o Madrid, y a jornada completa, roza los 400 euros mensuales. Es un precio muy alto para personas que solo trabajan a tiempo parcial.
Pasemos a un caso totalmente diferente: Marta tiene 13 años. Estudia en el instituto Diego Velázquez de Torrelodones y allí, en su ambiente, le pregunté si ella notaba las diferencias entre hombres y mujeres. “Los chicos se creen mejores porque son más fuertes y se creen que la inteligencia está en los músculos. Te miran como si fueras inferior a ellos, como si fuéramos sus criadas, pero nosotras les contestamos”. Parece mentira que hoy en día en las nuevas generaciones se siga teniendo mentalidad machista. Sin embargo, hoy nos encontramos con una diferencia con respecto a generaciones pasadas: “ahora les contestamos”, dice Marta. Es ese sentir reivindicativo el que nos hace querer llegar a ser la mejor estudiante, la mejor hija, la mejor madre, la mejor esposa, la mejor amiga, la mejor trabajadora…, demasiadas asignaturas para sacar una buena nota de media..
Hace poco leí un artículo en un diario nacional español que afirmaba que el 20 por ciento de los adolescentes sigue pensando que el modelo ideal de familia es aquél en el que la mujer trabaje menos horas para hacerse cargo de la casa y de los hijos, según un estudio del Instituto de la Juventud, a pesar de ver que sus madres trabajan, sus compañeras aspiran a los mismos puestos que ellos, y haber nacido en una España con ministras. Entonces, ¿han fracasado entre los más jóvenes las políticas para educar en igualdad? Parece que el mensaje les llega, el problema es que no basta con cambiar las ideas sino los comportamientos. Las mujeres lo han hecho, han transformado su discurso y sus actitudes, pero los hombres no y por eso seguimos llevando en la mochila todo el peso de la desigualdad.
Luego están las mujeres que se aprovechan de esa desigualdad y utilizan sus armas seductoras para conseguir lo que quieran de un hombre (que por otro lado están bastante equivocadas); las que con un orgullo ensalzado de ser mujer, se pasan el día preocupadas por su físico creyendo que a los hombres no les atrae la mujer inteligente o con aspiraciones. Van cada dos días a la peluquería, se compran cada semana un traje nuevo, y sacan la basura con vestido y tacones, por si acaso. ¿Será esto falta de autoestima? ¿Quién tiene la culpa entonces de que haya tanta desigualdad de género? Un informe presentado por la Comisión Europea y realizado por la compañía independiente NESSE, desvelaba en 2009 que el problema de las desigualdades de los distintos sexos tiene su raíz en la educación, es decir, que el propio sistema educativo tradicional, con su obsesión por dividir y orientar a los más pequeños en dos grandes grupos homogéneos, niños y niñas, es la causa de la diferencia de oportunidades entre ellos.
La sociedad no nos lo ha puesto fácil a las mujeres. Nosotras tenemos que demostrar constantemente que valemos tanto en casa como fuera. No se trata de ser feministas ni de manifestarnos con grito progresista, pero sí de reivindicar unos derechos y una igualdad de sexos y para ello, no necesitamos un Día Internacional de la Mujer (puesto que el resto de los días del año son de los hombres), si no que el hombre nos ayude en la lucha de ser mujer y no morir en el intento.