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El latido del tambor de Danzas

El latido del tambor de Danzas
miércoles 23 de abril de 2014, 12:06h
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Un grupo de gente danzando en corro al latido del corazón de un tambor central. Instrumentos, ritmo y melodías y, al mismo tiempo, el silencio para tomar conciencia de lo que somos en comunión con el universo. Son danzas aztecas. Marina Peña, abogada, pintora, estudiante de teatro y vecina de Torrelodones, las convoca una vez al mes en el Templo de Debod y en varias ocasiones lo ha hecho en el entorno del Mercado del Arte.
Marina fue a Méjico D.F. a pasar una semana y se quedó dos años. Atrapada por el magnetismo de la esencia de las mismas, recorrió el país como danzante. Desde las ciudades principales hasta el desierto del norte del país pasando por el Caribe, experimentó cómo mujeres y hombres de todas las edades, ancianas y niños, se incorporan a este baile azteca que tiene su origen en la época pre-hispana y que se practica tanto a diario como en festividades especiales.

No se trata de una actuación artística, sino que consiste en un trabajo grupal de meditación en movimiento, a partir de la creación de un círculo de danza. Pasos bastante sencillos de seguir al ritmo de un tambor que desde el centro del corro, a modo de latido, recuerda a los integrantes que todos son uno y uno, todos. De la melodía se encargan las guitarras hechas de “conchas de armadillo” acompañadas de mandolinas, flautas y sonajas. En los pies, “ayoyotes” de semillas que, además de ayudar a marcar el ritmo, simbolizan el enraizamiento del hombre a la tierra.

Antes de empezar, un saludo a las cuatro direcciones del universo, así como al cielo y a la tierra, que es más bien un permiso formal para integrar el círculo de danza al ritmo de la vida y del cosmos. En el centro, el “saumador” que quema copal y simboliza una limpia de negatividad.
“Se trata de un círculo abierto a todas las personas que quieran participar en él”, nos dice Marina. “Por eso, vamos vestidos de manera libre, para que no se sienta diferente la persona que se quiera incorporar a nuestra danza. El círculo nos unifica. Empezamos a bailar y, a medida que avanzamos, el movimiento de los pies nos transporta a lo más profundo de nosotros mismos, permitiéndonos así manifestar nuestra naturaleza humana allí donde todos somos iguales. La repetición de los pasos hace fácilmente abandonar las preocupaciones cotidianas que tenemos, dando paso a otro estado de percepción más amplio, en el que podemos captar la esencia que nos une al espíritu de todos y de todo, la esencia del sol que brilla fuera y dentro de nosotros.”
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