Delibes: “un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno”
miércoles 23 de abril de 2014, 12:06h
Add to Flipboard Magazine.
Miguel Delibes falleció el pasado 12 de marzo a los 89 años. Valladolid se rindió ante uno de sus escritores más universales tratando de corresponderle de alguna manera por todo lo recibido. No sólo se ha ido un escritor profundo, preciso y brillante; un “clásico” en vida, miembro de la Real Academia, premiado con el Príncipe de Asturias, el Cervantes y las Letras Españolas.
No sólo nos ha dejado un maestro de periodistas, se ha ido una persona íntegra, modesta y discreta, con un legado tan alargado como la sombra de un ciprés. El pasado 25 de Marzo, el Ateneo de Torrelodones, siempre con propuestas culturales actuales e interesantes, propuso en Torreforum la conferencia “Miguel Delibes, un legado literario, rural y urbano” a cargo de D. Luis López Álvarez, autor del poema de los comuneros, himno de Castilla, actualmente catedrático de literatura española del siglo XX en la Universidad de Puerto Rico, escritor y poeta coetáneo de D. Miguel y amigo personal.
Aunque no se considera un especialista en Delibes es perfectamente conocedor de su obra. Luis nos dice: “los diez años que nos separaban no fueron óbice para haber compartido experiencias profesionales y personales, y poderme considerar amigo suyo”. Recién llegado de Puerto Rico para recibir el homenaje que le rinde su tierra natal, los vínculos de amistad casi familiar que le unen a Torrelodones, han obligado a Luis López a buscar un hueco en su apretada agenda para glosarnos la figura, la obra y la persona del escritor vallisoletano.
Según recuerda, se conocieron en el momento en que Delibes escribió su primera novela “La sombra del ciprés es alargada”, premiada con el Nadal, sorprendiendo así al efervescente círculo literario castellano del momento que únicamente conocía su faceta de periodista y de catedrático de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio. El premio lo puso en evidencia. “Poco le gustaría a Don Miguel, siempre tan tímido, modesto y discreto”, nos dice Luis. Y es que el escritor, tras la carrera de Comercio, inició la de Derecho y se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios, lo que le sirvió para mejorar sus dotes artísticas y ser contratado como caricaturista en el Norte de Castilla, diario vallisoletano por excelencia y decano de la prensa diaria española.
A partir de ese momento se abrieron las puertas del periodismo para un joven Delibes que tardó un par de años en obtener el carné de periodista. En aquellos tiempos, D. Miguel, además de las caricaturas, empezó a cubrir críticas cinematográficas. “A diferencia de todos los que formábamos parte del ambiente literario, no fue hombre de tertulias de café, salvo alguna improvisada en su despacho del periódico”. La tenacidad en el trabajo que transmitió a toda su obra, hizo que quince años después fuera el director del periódico. “Cuando llegó a la dirección del Norte, Delibes me pidió una colaboración semanal consistente en una crónica dominical, que duró unos cuatro años. Desde mi punto de vista, la mejor dirección que tuvo el diario fue la suya.”
Pero para un amante y defensor de la verdad y de la libertad, propia y ajena, corrían tiempos dolorosos y los enfrentamientos con la censura se hicieron cada vez más directos y frecuentes. Un consejo de guerra castigó que se manifestara en defensa de la reducción del largo período del servicio militar de la época. Las continuas desavenencias con Manuel Fraga, entonces Ministro de Información y Turismo, hicieron que dimitiera como director del Norte. “Lo recuerdo como un hombre sobrio de expresiones que no terminaba nunca una sonrisa. Un hombre plácido al que no vi alterado por nada, exceptuando una vez, el día que le llegó la información de que el Opus Dei tenía intención de comprar el periódico. Hablábamos a menudo de las posibles soluciones al problema español, tema ante el que Delibes siempre manifestó un extremado pesimismo.” Tres años después de su dimisión se promulgó la Ley de Prensa, creada con el objetivo de suavizar la censura durante el Franquismo.
A partir de entonces, se centró en su faceta de novelista. La soledad, el concepto sombrío de la condición humana, la naturaleza y el mundo rural, la violencia y la muerte fueron los temas desde los que contaba historias a través del estilo preciso y brillante de este escritor que manejaba la prosa castellana en toda su riqueza, de manera limpia y castiza, recuperando para nuestra lengua común muchos términos a punto de desaparecer. Este “cazador que escribía” supo plasmar en sus obras el conocimiento de la fauna y la flora de su entorno desde la perspectiva de una persona urbana que no había perdido el contacto con ese mundo. Para él, toda novela requería de un Hombre, un Paisaje y una Pasión. El campo castellano o la ciudad provinciana constituían su paisaje; la pasión, desencadenaba todos y cada uno de sus relatos; y en cuanto al hombre, lo eran todos los personajes salidos de su pluma.
Porque si por algo se distingue la narrativa delibeana es por estar poblada por una galería de personajes de ficción únicos en la literatura española del siglo XX. Desde Menchu, encarnada por su paisana Lola Herrera velando cinco horas a Mario, hasta Francisco Rabal mascullando “milana bonita”, el Señor Cayo o Cipriano Salcedo, “El Hereje” que dedicó a su ciudad, obra con la que se detuvo prácticamente su carrera literaria.
El paso por el quirófano, debido al cáncer de colon que padecía, dejó vacía su alma de escritor, por lo que al recibir el premio Nacional de Narrativa, con 79 años, manifestó que ya “había colgado los trastos de escribir”. Su personal hoja roja fue la muerte de Ángeles Castro a los 50 años de edad, “quedando como un barco desarbolado para el resto de su vida”, dice Luis. Por ello y debido al expreso deseo del escritor, el Ayuntamiento de Valladolid otorgó el privilegio de trasladar y sepultar junto a él los restos de su esposa. El sillón “e” minúscula está vacío y en el panteón de Hombres Ilustres de la ciudad castellana, junto a personajes como José Zorrilla o Rosa Chacel, descansan los restos de un hombre más que ilustre, “un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno”.