Pedro Extremera: “Todo lo que mancha, pinta”
DIRECTOR DE LA ESCUELA MUNICIPAL DE PINTURA
miércoles 23 de abril de 2014, 12:06h
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Acudo a la entrevista con las preguntas ordenadamente anotadas en el cuaderno: ¿Cuál es el balance después de diez años dirigiendo la Escuela Municipal de Pintura? ¿Qué metodología aplica con sus más de 50 alumnos, con edades entre 16 y 80 años? ¿Qué tal la experiencia como miembro del jurado e impulsor de los prestigiosos concursos “Rafael Botí” y “Pintura contemporánea”? ¿En qué consistirá el nuevo mercadillo de arte de los domingos?....
Pero a los pocos minutos en los que la Teoría del caos, Tao-te-kin y los neutrinos brotan en la conversación, me doy cuenta de que ha sido un trabajo en vano, y es que Pedro Extremera no es un artista que hable de su labor como profesor, de su motivación para pintar, de lo que quiere transmitir con sus cuadros, sus esculturas, sus grabados, sus dibujos… No. Pedro Extremera ES arte, respira arte, vive de, por y para el arte, sufre el arte y, como él mismo admite “también el arte me sufre a mí”. Así es que cierro el cuaderno y me dejo sumergir en su particular mundo.
Al poco tiempo me encuentro a bordo de su Cadillac – una ganga que le debe a un amigo, explica, y en el que resuena a todo volumen música medieval española, dirigida por otro de sus amigos (“mi gran capital”, los define) - rumbo a su estudio, que es a la vez su casa (que comparte con su mujer desde hace 37 años) y un asombroso museo. Una muralla de hiedra y una verja del siglo XVIII anticipan lo extraordinario del contenido: piezas únicas de cerámica, una escultura y una casaca del s.XV, una colección de maquinarias de relojes, esculturas, piedras, muebles antiguos, instrumentos, marcos, cuadros en las paredes – suyos y de grandes artistas – cuadros en los rincones, cuadros en caballetes… (“más de trescientos”, calcula). Todo ordenado, todo con vida propia y ocupando un lugar distinguido en un edificio que era un antiguo palacete del Opus Dei, que compró casi en ruinas hace 25 años y él mismo reconstruyó y dio la vida que hoy tiene.
“No soy coleccionista ni poseedor”, aclara Pedro, “me gustan las cosas, ver la esencia de cada una, como si me metiera dentro de ellas.” Es capaz, por ejemplo, de ver el arte en un palo diminuto, de resaltar en él un simbólico agujero y descubrirle una punta a modo de falo: lo masculino y lo femenino; un par de opuestos… “¿No es maravilloso que un palo provoque una sonrisa, y no sea agresivo?”, lanza la pregunta al aire.
Jugar con los pares de opuestos es una constante en sus creaciones. Está en sus materiales: cuadros hechos con bronce en los que inserta láminas de oro de 24 kilates (el material más humilde con el más noble), esculturas de hierro oxidado con una pátina de material blanco en una de sus caras (lo basto con lo delicado)…
Está también en sus temas: veo, por ejemplo, una de sus esculturas, apenas dos líneas de bronce separadas que componen una silueta de mujer - “como dibujar en el aire”, describe el artista - y que, según desde donde se miren, pueden dar forma a una bulímica o una anoréxica; se trata de una escultura sin volumen, y aquí aparece de nuevo la transparencia de los átomos, otro de los mensajes ocultos (o no tanto, para quien sepa mirar) de sus obras. Y es que, según Extremera, al estar hechos de átomos, no llegamos a tocarnos nunca, sino que nos rechazamos, porque si no, nos atravesaríamos: “creemos que nos tocamos, por eso vivimos en una ilusión continua”, asegura con una sonrisa pícara, porque Pedro vive el humor, lo siente, lo expresa, pero todo en su arte es a la vez serio, cargado de sentido. Otro par de opuestos.
Aplica en sus creaciones la frase del titular: en sus cuadros hay lápiz, hay óleo, hay rasgaduras hechas con cuchillas, hay oro, hay óxido… Él mismo elabora este último material, que utiliza sobre todo en los marcos (oxidándose al sol sobre el verde césped de su jardín son en sí mismos una inspiradora visión) y experimenta cubriendo el hierro de sal para oxidarlo y con azúcar para fijarlo… ¿Y eso dura? “Mientras se cae, vivo en mi época”, aclara, teorizando sobre la funcionalidad de esta época, sobre el feliz casamiento de lo antiguo con lo moderno. “Clásico es el que describe el lenguaje de nuestro tiempo”, no sólo lo predica sino que lo pone en práctica. Pero no busca la inmediatez en sus composiciones. Pedro cultiva la paciencia, se ve claramente en un pequeño y precioso cuadro de un atardecer, en el que ha ido sacando los colores esperando a que se fueran secando, un día tras otro, hasta lograr la sensación deseada.
Todo lo cuenta el artista con la voz ronca que le dejó un cáncer de 18 meses que no le impide seguir encendiéndose cigarros uno tras otro, “el único vicio que tengo”, se justifica, y lo dice un hombre que ha bajado a los infiernos del alcoholismo y ha salido trabajando, reconstruyendo su casa con sus propias manos: unas manos fuertes, cargadas de historia.
La página se acaba y quedan todavía muchos cuadros por reseñar (uno blanco que es una explosión de luz, un grabado de una barca que cambia de tamaño según el ángulo en el que se mire, un edificio en ruinas hecho con finas líneas de lápiz, otro con la misma técnica que retrata el origen de todos nosotros, unos labios que sonríen o están serios, una mosca en una esquina…), así es que espero sólo haberles despertado la curiosidad para que se esfuercen en conocer más a fondo y seguir la obra de este gran artista torresano. Y, por cierto, casualmente (¿o producto del destino?), el tercer apellido de Pedro es Torresano, aunque viene de la Mancha, de familia de camioneros… ¿y cómo salió un hijo artista? Hay cosas que no se eligen, parece, sino que son inevitables y Pedro lleva desde los 15 años viviendo el arte, desde los 20 años dedicado profesionalmente a ello y, me atrevo a afirmar, no lo abandonará mientras viva. A modo de despedida remata la entrevista con una frase quizá suya, quizá de algún otro artista: “Sólo somos propietarios del espacio que ocupamos”, y uno se siente muy rico, o muy pobre…
Pedro Extremera expondrá su obra en la sala “Espacio 36” de Zamora, del 12 al 27 de junio.