Torrelodones

Testimonio de una época.

Monumentos torresanos memoria de grandes monarcas (II).

Miércoles 23 de abril de 2014
Con el Rey Prudente, Torrelodones se convirtió en un paso y parada usual de la Corte. El Soberano conocía muy bien los desplazamientos de su padre, el Emperador Carlos, puesto que además había sido regente entre 1543 y 1548, y de 1551 a 1554. Además, la intención de asentar la Corte en un lugar geográficamente céntrico.

Le llevó a trasladar la capital a Madrid en 1561, de la que El Escorial y su monasterio –comenzado en 1563– distaban poco más de un día de viaje (Torrelodones estaba a una distancia de 5 leguas, trayecto que normalmente se recorría en una jornada). En dicho palacio-monasterio permanecía anualmente desde mayo hasta mediados de noviembre.

Hasta la conclusión de la magna obra escurialense, en 1584, el Monarca se trasladaba regularmente hasta la sierra para supervisar la evolución de las obras. La construcción del Puente de Segovia permitió que el trayecto entre Torrelodones y El Escorial se convirtiera en lugar de tránsito del granito, la materia prima fundamental para erigir la octava maravilla del mundo, abasteciendo de piedra, proveniente del noroeste, la capital. Por tales motivos Felipe mandó, a su arquitecto Juan de Herrera, que le acompañaba en todos sus desplazamientos desde 1565, la mejora del camino de Valladolid. Se proyectaron e hicieron dos puentes. El primero, sobre el río Manzanares. El segundo, sobre el río Guadarrama, en el término municipal de Galapagar, muy cerca del puente romano, y por el que hasta hace pocos años transitaba la carretera de Torrelodones a Galapagar; se comenzó a construir a partir del otoño de 1581, tras el regreso del soberano de Portugal. Para su construcción se debieron emplear piedras del antiguo, puesto que su deterioro no fue fruto del tiempo, sino de la labor humana.



El Puente Herreño El antiguo puente, de época romana

Dicha obra ya era reconocida entonces, cuando autores coetáneos (como Lorenzo Vander Hammen y León en Don Felipe el Prudente ..., publicado por la viuda de Alonso Martín en Madrid el año de 1625) glosan la labor del recién desaparecido Soberano, diciendo que

Fabricó vn puente fobre el rio Guadarrama, de piedra, y buena architectura, porq perecia algunas perfonas en fu vado los Inuiernos. (folio 182 b)

Camino de El Escorial era muy frecuente que el Monarca y su séquito hicieran noche en Torrelodones o Galapagar; la torre atalaya medieval, o uno de los numerosos mesones que existían, servían de alojamiento. Sin embargo, Felipe sufrió achaques a poco del comienzo de su reinado; la artritis no le dejó hasta su muerte y la gota le hizo mella desde el comienzo de la década de 1590. Las incomodidades de estos lugares, a pesar del celo de los posaderos, y su salud, motivaron al Soberano a construir un Aposento Real, en el mesón de Francisco de Baños, que dio bastante vida y nombre al pueblo. Dichos aposentos estaban en lo que hoy es el número 6 de la calle Real, y las cocheras en el número 8.

Así, mediante cédula fechada en Madrid el 31 de diciembre de 1589, y dirigida al prior Veedor y Contador de la fábrica del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, mandó construir unos aposentos acordes a su rango, a cargo del presupuesto de dicha fábrica, en los terrenos de D. Francisco de Baños, quien no recibió contrapartida monetaria. Se inició la construcción a comienzos de 1590.

El arquero Cock (los arqueros o acheros eran soldados de la guardia principal de la Casa de Borgoña, por tanto, guardia noble) acompañaba a Felipe II en la Jornada de Tarazona. Fueron las Cortes celebradas en esa ciudad aragonesa, a causa de los disturbios provocados en Zaragoza, el 24 de Setiembre de 1591, por la prisión y fuga de Antonio Pérez, secretario del rey y uno de los responsables de la leyenda negra, y la posterior ejecución de Lanuza, Justicia Mayor de Aragón, ordenada por el Rey por haber acogido al traidor en su casa.

Cock en sus escritos, de mayo de 1592, afirmaba que los mesones debían ser

caserones destartalados y malolientes, con grandes cuadras adosadas a sus habitaciones y en muchos casos en la misma casa.

La forma en que lo describía nos hace entender que la salud del Monarca –que iba acompañado por su hija Isabel Clara Eugenia y el príncipe Felipe– estaba muy debilitada –ya tenía 75 años y unas fiebres ese mismo año le pusieron al borde de la muerte–, y que se alojaron en el Aposento Real.


Restos del mesón de Francisco de Baños a comienzos de la década de 1980

Poco antes sin embargo, mediante dos cédulas de 14 y de 15 de enero de 1592, las nuevas estancias fueron cedidas por Felipe II al dueño de la posada y sus herederos, en señal de gratitud; con la única condición de que su limpieza y estado permitieran que el Soberano lo usase sin previo aviso. Así evitaba dejar miembros de la Corte de manera permanente en Torrelodones, lo que era un gasto superfluo, además de que la debilidad física del Monarca le obligó a reducir sus desplazamientos tras su retorno de tierras aragonesas. Así, permanecía en Madrid durante el invierno, se trasladaba a Aranjuez en primavera, y marchaba a El Escorial en verano. Su último viaje a Toledo se produjo en 1596, ya muy enfermo, para trazar la reconstrucción del Zocodover, destruido por un incendio. El 13 de Setiembre de 1598, Felipe II falleció en El Escorial.

Pocas veces debió usar el aposento, diseñado por Juan de Herrera, pero sus muros, desaparecidos ya para siempre, guardan para la Eternidad los secretos de las decisiones que, entre ellos, tomó el Rey Prudente.

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