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HISTORIAS DE LA VILLA DE TORRELODONES

Rememorando el pasado a través de los pequeños (y no tan pequeños) sucesos

miércoles 23 de abril de 2014, 12:06h
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La Historia –con mayúscula– no la hacen sólo las grandes figuras. Muchos más han sido desconocidos, personas anónimas de cualquier condición, que han vivido a lo largo del tiempo antes de que nosotros fuéramos –también anónimamente muchas veces– protagonistas de la época que nos ha tocado vivir. Comenzamos aquí unas serie de artículos que pretenden recordar lo que Torrelodones y sus habitantes fueron en tiempos pasados.
Algunos bautismos inusuales en el siglo XVIII:
“La madre misteriosa”
Como es conocido, el siglo XVIII es una centuria de cambios a todos los niveles. A nivel cultural, político, económico dichos cambios han sido de sobra analizados para marcar las pautas del ritmo de avance o retroceso de las naciones. Sin embargo, esos cambios sólo tuvieron, y tienen, una influencia a medio y largo plazo. Para la inmensa mayoría de la población, sus costumbres, ideas y formas de vida se mantienen más tiempo del que parece, a nuestros ojos, normal.
En España, esta característica está bien marcada. Un elevadísimo porcentaje de población rural agrícola, una red de transportes poco desarrollada y unos usos sociales en los que tenía mucha importancia la religiosidad, provocaron que, a pesar del transcurrir del tiempo, no se apreciaran cambios significativos hasta la conclusión de la Guerra de la Independencia (1808-1814).

Así, los caminos que unían las ciudades eran poco transitados por personas de clases bajas. Las carreteras eran utilizadas habitualmente por arrieros que guiaban, transportaban y protegían a los que debían desplazarse por obligación. Vendedores ambulantes o buhoneros, que se ganaban la vida vendiendo de pueblo en pueblo. Carros para el transporte de mercancías, carruajes de nobles, así como tropas que se desplazaban por la península.

Los enfermos debían desplazarse, en muchas ocasiones a los hospitales existentes, como el de Madrid –el Hospital General de Hombres fue fundado por Felipe II, y quedó establecido en la calle Atocha en el siglo XVII–. Sólo motivos profesionales obligaban al desplazamiento en determinadas épocas del año, o en determinadas coyunturas, como enfermedad o embarazo. Por ello, los bautismos y los entierros registrados en las parroquias de los pueblos nos muestran ciertas características de los foráneos que se ven obligados a recibir los auxilios espirituales allí donde la contingencia se produce:

Aquel 27 de noviembre de 1728, sábado, debió ser un día frío. La mujer, cayendo la tarde y en avanzado estado de gestación, abandonó el Camino de Valladolid en dirección a Madrid y penetró en el pueblo, caminando por la calle Real. Llamó a varias puertas pidiendo que la alojaran, pues se encontraba muy fatigada y sufría algunas contracciones, producto de su estado. La negativa de algunos era rotunda en cuanto decía que no podía pagar, o veían que estaba a punto de dar a luz. Finalmente, Juan Díaz y su esposa, Agustina Martín, la dejaron pernoctar en su casa. La noche fue larga, y Juan se vio obligado a salir en busca del cirujano, pues aquella mujer se había puesto de parto. El amanecer vino con una niña. La recién nacida tenía un aspecto muy sano, a pesar de lo cual su madre pidió que fuera bautizada de inmediato. En cuanto pudo andar, avisado el párroco, se dirigió a la iglesia, donde recibió el bautismo por Juan Martín, el cura del pueblo. Se la puso de nombre Catalina por deseo expreso de su madre. A pesar de inquirir a ésta que se identificara para dejar constancia en el libro de bautismos, en cuanto se encontró capaz para seguir su camino, cogió sus pocas pertenencias y a su hija y siguió, camino de Madrid. Algunos vecinos comentaron durante varios días el suceso, extraordinario para un pueblo como Torrelodones. Que si era gallega por el acento, o asturiana, que si iba en busca del padre que la abandonó antes de casarse, que podía estar huyendo de sus padres ante el escándalo que sería en su pueblo... el párroco habló en la homilía del domingo del hecho, recordó lo que manda la Santa Iglesia Católica y pidió que se olvidara, si sólo iba a servir como pretexto para murmuraciones.
[Sobre la partida de bautismo de Cathalina. Archivo Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción.

Libro 1º de bautismos, folio 12]

“El hijo del sacristán”
Una costumbre entonces bastante más extendida que en nuestros días era la de abandonar en los tornos de los conventos y las puertas de las iglesias a los recién nacidos, cuando la situación de la madre era motivo de escándalo, o su penuria económica le hacía incapaz de mantener al hijo que acababa de tener. Hagamos una pequeña recreación de lo que debió acontecer el lunes 28 de febrero de 1746 en nuestra iglesia de la Asunción:

Un pequeño grupo de feligreses reza el Rosario en el interior del templo. En su mayoría son mujeres. Tras terminar el segundo misterio, el pequeño silencio que se hizo en el interior permitió escuchar un llanto muy débil en la puerta (a los pies de la planta). Las personas en su interior se miraron unas a otras con cierta sorpresa, hasta que el sacristán se abalanzó a la entrada y abrió el portón de madera, encontrando, en el suelo, un recién nacido abrigado con unas pocas ropas y un papel junto a él. Éste, era una cédula que acreditaba que había nacido ese mismo día, lo cual indicaba que no se debía haber producido el alumbramiento muy lejos de allí. El párroco, leyendo el documento, mandó introducirle en la iglesia rápidamente entre el revuelo de los allí presentes y, cogiendo un poco de agua bendita, le bautizó: “Te llamarás Rudesindo (mismo nombre que Rosendo, cuya festividad se celebra al día siguiente, 1 de marzo, de ahí que el cura decidiera optar por dicho nombre). Rudesindo, yo te bautizo in Nomine Pater, et Filio, et Spiritu Sancti, amen.” Alguno de los que allí se encontraba debió relacionar los misterios del santo Rosario –al ser lunes, gozosos– con el hecho que acababa de acontecer. Inmediatamente, el sacristán, pidió hacerse cargo de él: “Rafael –contestó el párroco– cuídale como si fuera tu hijo. Dios te encarga de una gran responsabilidad. No le defraudes a Él ni a Rudesindo.”
[Interpretación de la partida de bautismo de Rudesindo Hernández. Archivo Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción
Libro 1º de bautismos, folio 83]

El jueves 10 de marzo de 1746 fue bautizado. El padrino del niño, como no podía ser de otra forma, fue el sacristán de la parroquia, Rafael Hernández.

Por Fernando Herreros Hidalgo
Profesor e investigador de la Historia local
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