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El jardín secreto del Conde de las Almenas

Por Lucía Oliveras
miércoles 20 de enero de 2016, 13:01h
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La parte más desconocida de la Finca de Canto del Pico son los jardines que diseñó el propio Conde de las Almenas. José María de Palacio y Abarzuza era ingeniero agrónomo de formación, gran coleccionista de obras de arte y constructor del palacete del mismo nombre. La personalidad del Conde dejó una impronta especial también en el arte del diseño del jardín, de imitación romántica, adaptando a la dura orografía del monte escaleras talladas, veredas, parterres, bosques de distintas especies, aljibes, cascadas artificiales e incluso un pequeño embalse. Hoy queda poco ya de ese jardín queseguramente sea uno de los secretos mejor guardados de Torrelodones

En ‘Un viaje por la historia y el paisaje de la villa de Torrelodones’, Enrique Ribas Lasso -deportista y experto en montañas- lo describía así: “a pesar del abandono, es todavía un ‘museo botánico’, ejemplo privilegiado de armonía entre paisaje autóctono y jardín mediterráneo”. El libro se publicó en 1999, pero 16 años después al calificativo de ‘abandono’ se le puede sumar el de ‘desolación’ y ‘pérdida del diseño original’ por la dejadez y el discurrir natural del crecimiento de la masa vegetal.

Isabel Pérez Van Kappel, vicepresidenta de la Sociedad Caminera, realizó en 2003 un trabajo -que reúne la casi inexistente documentación y del que se nutre este artículo- para la Facultad de Geografía e Historia a través de la UNED llamado ‘Los jardines en el Canto del Pico, Torrelodones’ y en su introducción ya afirmaba que “los jardines son un sueño, son volátiles porque no hay foto ni descripciones: sólo testimonios orales de recuerdos de visiones extraordinarias, cada vez más alejadas en el tiempo”. Hemos intentado hacer, con fotografías actuales, un intento de reconstrucción a duras penas de otra de las joyas perdidas de Torrelodones.

La finca

De las más de 8 hectáreas de la Finca de Canto del Pico, la mayor parte pertenece al término municipal de Torrelodones limitando al sur con la urbanización Los Robles y al Oeste con la Dehesa Boyal y la Berzosilla. Una mínima parte de su extensión pertenece a Hoyo de Manzanares en su lado Norte. La finca está situada en la parte más alta del municipio entre el inicio de la falla geomorfológica y la Sierra de Hoyo de Manzanares. Todo el perímetro de la parcela está cercado por un muro de piedra de dos metros de alto y alambrada en otras partes. Se encuentra dentro del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares en zona B1: parque comarcal agropecuario protector. El paisaje es de piedras graníticas y grandes berrocales con vegetación agreste.

El Conde estaba fascinado por las vistas de lo que terminó siendo su extensa finca -permutando y agrupando hasta siete propiedades- y donde terminó construyendo su casa, que él mismo diseñó, entre 1920 y 1922, integrando elementos arquitectónicos de muy diversa procedencia y estilos -actividad principal del Conde dedicado a cuestiones artísticas- consiguiendo la casa de sus sueños y declarada en tan solo ocho años como monumento histórico artístico.

El Conde, dedicado a las cuestiones artísticas y promotor de la creación del Museo de Artes Decorativas de Madrid probablemente llegó a conocer estos lugares “por su amistad con Antonio Maura -quien presidió el Consejo de Ministros durante algunos años en el reinado de Alfonso XIII- porque el político pasaba temporadas en El Pendolero, la casa de su hijo”, explica Pérez Van Kappel. El destino hizo que Maura muriera de un infarto en las escaleras del Palacio de su amigo.

La finca, el Palacio, la casa ‘Peña Bermeja’ y otras pequeñas construcciones las entregó el Conde como herencia a Francisco Franco en 1937, tras la muerte de su único hijo en la Guerra Civil. Quizás la razón fuera el miedo a que se perdiera su legado en manos de su nuera, que odiaba toda la propiedad. Desde la muerte del Conde en 1940, el dictador pasó largas temporadas en la Finca para pintar y cazar. Y allí atesoró todos los obsequios que recibió en los 40 años de Dictadura.

La marquesa de Villaverde, hija de Franco, heredó esta propiedad hasta que la vendió en 1988 -ya abandonada y expoliada- por 320 millones al empresario hostelero local José Antonio Oyamburu que en los 90 tenía como proyecto hacer un hotel de lujo, pero nunca se concluyeron los trámites necesarios. Hasta el día de hoy, ha sufrido un incendio y se ha procedido a tapiar puertas y ventanas.

El jardín secreto

El destino del jardín de Canto del Pico ha ido parejo al del Palacete. El diseño es similar al de los jardines románticos, también denominados jardines ingleses porque surgieron en Inglaterra en el siglo XVIII dentro del movimiento romántico que traía una nueva forma de ver la vida donde primaban los sentimientos a la razón.

Este estilo rompía con la rigidez del Neoclásico y el Renacimiento y se volvía a la Naturaleza con un gusto por lo exótico y salvaje. Aparecen los referentes a la Edad Media como castillos o falsas ruinas, caminos tortuosos o el gusto por lo lúgubre. También comienza a desarrollarse el orientalismo y en este paisaje el elemento imprescindible es el agua, por lo que se incluyen los estanques o lagos artificiales dando a su conjunto un aspecto silvestre. Éstos elementos fueron los que inspiraron el gusto del Conde, un hombre culto, religioso y conservador.

Pérez Van Kappel explica que de la observación del terreno se desprende que había dos estilos diferentes entre dos zonas ajardinadas identificadas.

Una es la que se diseña hacia las extraordinarias vistas sobre la llanura de Madrid, en la fachada Sur del Palacio, con terrazas a distintos niveles unidas por escaleras de piedra tallada. Aquí se encuentra una piscina y una extensa explanada con columnas. Y el otro jardín es el oculto o secreto, porque las rocas hacen de parapeto y la frondosidad vegetal hacía que no se viera hacia afuera.

Del camino principal de la finca sale uno a la derecha que conduce a Peña Bermeja y de aquí a ese jardín. El historiador José de Vicente Muñoz describía la zona como “un ameno rincón con el jardín rocaille “entre rocas”, bonitas esculturas… allí se daban verbenas a las que se invitaba a toda la población de Torrelodones”.

La nieta del Conde, Carmen de Palacio, explica que su abuelo ubicó el jardín lejos de la casa y en la parte baja de la finca porque era una vaguada llana que podía ser regada con más facilidad. La cerró con una valla que evitaba el paso de conejos y tenía una discreta puerta de entrada. El agua está especialmente presente, ya que cuenta con una red de almacenamiento y distribución para el riego, así como pequeñas edificaciones peculiares que albergan depósitos -torre de piedra con cubierta de pizarra a cuatro aguas- o pozos -especie de barraca valenciana mal denominada ermita-. Quedan vestigios de nueve estanques con agua estática y también en movimiento con chorros. Además existe una pequeña presa con muro de contención de unos cuatro metros. Cuando ésta se desbordaba el agua caía monte abajo.

De las pérgolas quedan apenas los hierros oxidados. Una estaba instalada a lo largo de un paseo, hoy sin vegetación y paralela al paseo de cipreses que se conserva. Otra cubriendo una mesa de piedra circular frente a unas estupendas vistas en una explanada. También quedan las ruinas de varios invernaderos que producían plantas para el jardín.

Sustentado en ese aire romántico se manifiesta un gran respeto a la naturaleza, obras subordinadas a ella donde cada elemento está donde se integra mejor a la orografía del terreno. También se usó la mosaicultura con la planta de flor o lo que fue un reloj solar -del que no hay rastro pero que recuerda la nieta-. Explica Pérez Van Kappel que “la falta total de esculturas imposibilita una lectura más amplia en cuanto a las alusiones religiosas, mitológicas o artísticas siendo el Conde acérrimo defensor del arte argumental”. Canto del Pico, explica la investigadora, “es un popurrí de estilos pretéritos en un ámbito rural”.

A lo largo de la finca -algunos opinan que toda ella era un jardín- hubo una plantación inicial que es difícil de determinar, ya que además hubo varios incendios y bastantes árboles se están secando. A la entrada del jardín dicen que está el enebro más antiguo de la Comunidad de Madrid. También se aprecian distintos elementos decorativos diseminados, como pequeños senderos que llevan a lugares definidos donde aparecen bancos de piedra o éstos se incluyen dentro de cuevas intervenidas ligeramente para acomodarlos.

En la entrada principal comienza el camino que rodeará toda la finca. Solo queda una de las tres columnas que el Conde dedicó a Isabel la Católica, Cervantes y Velázquez con unas inscripciones, “dicen que hay versos de grandes poetas que fue grabando en rocas alisadas y limpias, pero no hay rastro de ninguna”. Hay que imaginar al Conde, aficionado a los automóviles, con un modelo de la época recorriendo ese camino por su finca. Y también cómo se paraba a disfrutar de cada rincón por él mismo diseñado. A nosotros solo nos queda la imaginación.

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